Era uno
Le pidieron a Elena que corriera el auto. Ella apagó el cigarrillo que ya estaba terminando de fumar en la vereda. Fue a buscar las llaves, abrió la puerta del auto, se subió y lo estacionó más a la derecha de donde estaba. Iban a cortar un árbol. “Porque crece sobre la calle”.
Esa fue la explicación que le dieron a Elena. La que yo escuché, medio perdida en los aires de marzo, tratando de disfrutar el sol de la mañana. Me acordé enseguida de Federico. De Federico García Lorca cuando dice:
Cortaron tres árboles
A Ernesto Halffter
Eran tres.
(Vino el día con sus hachas.)
Eran dos. (Alas rastreras de plata.)
Era uno.
Era ninguno.
(Se quedó desnuda el agua.)
En menos de dos minutos se empezó a oír el sonido de la motosierra. Los intervalos duraban segundos. Seguía la motosierra, seguía.
El sonido se convirtió muy pronto en ruido. Yo no quería mirar. Caminaba nerviosa en la casa, por esto y por otras cosas. Fui a prepararme café y cuando empecé a tomarlo, sin querer, bajé la guardia, miré y vi decenas de ramas en el piso. El café era instantáneo y estaba feo.
No sé qué árbol es. Entiendo muy poco de botánica pero me gustaría saber más del tema, quizás algún día aprenda. Este árbol tiene un tronco grueso y parece tener muchos años. Las hojas son de un verde fresco, no habían sido tomadas por el otoño, no sé tampoco si alguna vez ese tipo de hojas llega a secarse; si son “perennes” y no “caducas”, como nos enseñaban en la escuela. Hay varios árboles así en la zona. Yo nunca había reparado mucho en este árbol en particular, tampoco en otro de sus vecinos árboles, aparentemente de la misma especie.
Yo me crié en este barrio. Eran tres. Eran dos. Era uno. Otra vez me venía Lorca a la cabeza, no me lo podía despegar. No me sentía con ganas de comentar esas palabras con nadie. Me las guardé. Eran como olas que llegaban, rompían en la costa, después otra ola más y así sucesivamente.
La motosierra me taladraba los oídos. Había muy poco descanso entre que la hacían funcionar y la apagaban. En la casa, Elena armaba un collage con pedacitos de vidrio. Ya estaban cortados y preparados para convertirse en cuencos. Faltaba darles color y mandarlos al horno. Los cortavidrios y la regla estaban sobre la mesa. Augusto hablaba por teléfono y anotaba cosas con drypen en un resto de papel blanco.
Cayeron las ramas finas y las gruesas, casi todas las hojas del árbol. Pensé en llevarme algunas hojas y ponerlas en casa, armar un arreglo y colocarlo en un florero. Lo deseché de inmediato. Me pareció horrible aprovecharse de un muerto, de un casi muerto, de un “dead man walking”. También podía haberse tomado como un acto de piedad, pero en el momento no lo vi así.
Uno de los hombres que estaba ayudando a cortar el árbol pidió permiso, entró y saludó con cortesía. Pidió agua caliente para el mate. Cómo no. Era uno. Era ninguno. Nos dio el termo. Pusimos a calentar el agua. Creo que este hombre tenía puesto un buzo rojo. Me acuerdo que lo miré de cerca y le hablé, mantuve un mínimo diálogo con él, aunque no recuerdo una sola palabra de lo que me dijo o le dije. Se fue.
Un minuto después entró de vuelta, a decir que dejaran nomás lo del agua, que gracias, pero que estaban muy apurados. Ya estaba casi pronta el agua, le dijo Augusto. Salí a la vereda. Ya no escuchaba más el ruido infernal de la motosierra. El árbol seguía ahí, con el tronco diagonal de toda la vida. Formulé la pregunta obvia. Me contestaron que lo iban a dejar así, no precisaban cortarlo de raíz como a su vecino. Estaba mutilado, con lamparones blancos por todos lados y desvestido, casi sin ramas ni hojas. Pero estaba. No quise preguntar si esa decisión era “cosa juzgada”, si cabía la posibilidad de que esta u otra gente reapareciera en pocos días con la intención de arrancarlo de cuajo. Me puse contenta.
Llevé la taza de café a la cocina. La dejé en la pileta. Pensé que ya era hora de volver a casa, ya eran más de las 12, se acercaba la hora en que los niños entran a la escuela. En pocos minutos almorzaríamos. Repasé mentalmente qué era lo que había en la heladera, para tener en cuenta qué estaba pronto comer y qué tenía que calentar en el micro.
Ilustración: dibujo de F. García Lorca.
12 Comments:
tres haikus:
1:
el árbol sabe
de quién es cada paso
de quién el hacha
2:
nos van dejando
sin árboles sin nubes
sin fe sin ríos
3:
y aquí termino
sin hacer sombra a nadie
ni descuidarme
Me gustan los haikus. Mario, quisiera devolverte la visita pero no sé dónde estás. Gracias por el comentario refinado.
Dejé para después (que es ahora) comentarte lo mucho que me gustó la obra con que ilustraste Calle de Río.
Como un ojo que no es sino casi barco, casi horizonte crepuscular en llamas y punto y piso. Me mira la obra, y yo la miro a su vez y así quedamos. Mirándonos.
Me gusta buscar imágenes que acompañen lo que escribo, siempre y cuando resulten un aporte, una especie de interpretación del texto y no una repetición de lo que intento decir. A mí esa obra de la que hablás también me atrapó. No sé bien dónde fue que la encontré. En general me parece justo nombrar la fuente o el autor, pero en este caso me perdoné a mí misma la omisión porque me pareció que era exactamente eso lo que estaba buscando.
Me pregunto si Yama es Yama. No se parece al que era, pero el nombre es idéntico. Claro que cambia todo cambia menos nuestro nombre.
Qué linda la poesía de Lorca, no la conocía.
Una vez escuché que está bien podar los árboles, que es necesario. Pero que se tienen que hacer de determinada manera. ¿Lo habrán podado bien al de tu cuadra?
Tenía un vecino que podó todos sus árboles, ante mi mirada desesperada. Me explicó que eran de hoja caduca y "ensuciaban".Cuando llegó el verano se compró un toldo enorme con patas y lo instaló en el jardín. Estaba encantado.
Ceryle, ¿viste aquella vieja película de Eliseo Subiela "No te mueras sin decirme a donde vas"?, bueno...
Cambia, casi todo cambia, y la vida te da sorpresas.
No se quién sos, pero te imagino.
Te mando un abrazo.
Acabo de leer "El lugar" de Mario Levrero y estoy en un estado de profundo desasosiego. No creo que pueda comentarles nada ahora ni por unos cuantos días. Disculpen. El libro fue para mi, otra de las puertas, y hora que acabo de trasponerla descubro -una vez más- que el antes quedó atras.
Ludmi, sí estoy. Ahora sí. El edit-me borralo de una, las dos líneas. Mirá bien dónde empieza y acordate de copiar y salvar el pedazo, si la embarrás volvés a pegar todo.
(Aviso al público: somos dos burras hablando de html.)
Yama, preguntale a Ludmi que ella te cuenta quién soy. Empieza por "L".
Yama es Yama, sí. Los 3 coincidimos hace ya unos cuantos años, trabajando en la calle Bulevar que lleva apellido de prócer. Que no se malinterprete el tipo de trabajo que hacíamos... Y Ceryle, es Ceryle, si te gustan los anagramas con la pista que ella te dio vas a sacar quién es. Otra pista: un u-matic debajo del brazo.
"El lugar", en mi vida hay un antes y después de "El lugar". Me hiciste pensar en "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa, otro librazo. (Todo esto amerita un post). A los demás lectores de este blog (quiero pensar que existen varios) no se sientan excluidos, estamos en plena fragua recibiendo almas. Felicidad. Quiero a todos los visitantes de este urbano pez volador, y es en serio, "I mean it..."
Santos anagramas bulevarianos Batman...
Ceryle, claro...,
Que increíble.
En la carrera y sin que te dieras cuenta se te enganchó la pollera en uno mis alambres. El retacito hindú quedó saludando al viento.
Con Maju, cuando pasamos por ahí lo saludamos. Por si el recuerdo.
Una alegría encontrarte.
Puede ser, no había pensado en esa hipótesis. Es plausible. Un fantasma como los que aparecen en Hamlet. O de los actuales, los que viven en el colegio donde estudia Harry Potter.
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