lunes, junio 04, 2007

Papá Noel durmiendo en el Polo Norte


Si desayunamos, llegamos tarde. Decido que no desayunemos, aunque me pese. Salgo con mi hija de mañana temprano para ir a la mutualista. Tenemos consulta con el pediatra para que nos dé el famoso "pase" para que después nos atienda otro especialista.

Queda cerca, a dos o tres cuadras de casa. Me desperté sola, el despertador no sonó porque el día anterior se desenchufó y cuando arreglé la hora la puse mal, puse p.m. en lugar de a.m.... A esta altura da igual, las dos estamos más o menos despiertas y el camino me lo sé de memoria. Caminamos rápido y mi compañera protesta, claro, porque el alcance de sus pasos no es el de los míos. Sí, sí, tenés razón, ya llegamos.

Llegamos. Hay poca gente en la sala de espera. Mi hija saca la libretita y el lápiz que llevó. Se pone a dibujar y a hacer letras formando palabras. Tiene cinco años y está entusiasmada con leer y escribir. Nos llaman, pasamos al consultorio bastante rápido. Guardo libreta y lápiz en la cartera. Le explico al médico el motivo de la consulta. Me entiende. Con una sonrisa de triunfo, logro hacerme del famoso papelito rosado, mi salvoconducto para llegar a la especialista. Mi hija se queda contenta, el pediatra le regaló una paletita de madera.

De ahí a las ventanillas donde se solicitan números y se pagan órdenes, tickets, análisis y todo aquello por lo que uno no debería tener que pagar. Consigo un número para que la especialista nos atienda ese mismo día, esa misma mañana, ahorita nomás. ¡Uf! Menos mal, así no perdemos otra mañana, de clase ella y de trabajo yo.

Vamos raudas a otra sala de espera. Poca gente también esta vez, es alentador. Me pide la libretita de espiral. Se la doy junto con el lápiz. La abre y se pone a dibujar. Me río leyendo lo que alguien intentó escribir en inglés para que figurara en cada hoja de este productito de celulosa Made in Taiwan. Tiene una clara intención poética la frase, algo así como una expresión de libertad, pero la sintaxis no tiene sentido, o quizás esté inspirada en el cantonés. Igual le transmito a ella la idea, en definitiva eso es lo que cuenta.

Pasa un rato y no sale nadie del consultorio. Me tranquiliza saber que hay personas adentro, por lo menos dos; veo la vaga silueta de sus piernas a través de un sector de la pared que está hecho de ladrillos de vidrio.

Al lado de nosotras hay una pareja un tanto despareja. Si no los estuviera viendo juntos nunca se me hubiera ocurrido juntarlos. Es la combinación que resulta rara porque vistos por separado ella y él son dos tipos convencionales. Noto que mi hija se empieza a aburrir y tengo un mal presentimiento. La mujer me mira con cara amable, de qué rica la nena y yo asiento. Reviso mi cartera a ver qué encuentro. Una birome azul. Nos viene al pelo porque así al lápiz gris se suma un color más, y ahí ella pinta la pollerita de la niña que dibujó y otras cosas. Me pregunta cuánto falta para que nos atiendan. Poco, falta poco. Al cabo de unos minutos -¡horror!– se le empiezan a terminar las hojas a la libretita. De nuevo el recurso de buscar en mi cartera a ver qué sale. Sale un par de hojitas que tengo en la agenda para hacer apuntes. Automáticamente se transforman en papel de dibujo y escritura. Decoradas las dos hojitas no quedan dudas: está aburrida. Camina por la sala. Mira a la gente que está sentada. Veo que hay un par de niños por ahí y con ingenuidad le digo que quizá pueda hacerse algún amigo allí, conversar. Pero no, no hay esperanzas, están en otra sintonía. Ella lo sabe mejor que yo, ni siquiera lo intenta. Algunos adultos le sonríen, otros no se percatan de su presencia. Pasa un nene un poco más grande, se agacha, mueve los brazos y dice: "Spiderman. Spiderman 2." Una gordita que está sentada en frente de mí le aclara a su hija adolescente de nariz perforada: "El hombre araña." Adivino la expresión de la hija; por respeto no las miro, tengo miedo de tentarme.

El aburrimiento se ha quintuplicado. Yo también estoy soberanamente aburrida. Salieron los que estaban en el consultorio y entraron otros pero ya estoy resignada a que la cosa vaya lenta.

Le muestro a mi hija dónde está el baño, allí cerca. Va a sonarse la nariz, por sonarse nomás. Camina por la sala, que es lo que haría yo si no estuviera tan cansada. Le ofrezco que se recueste en mi falda y duerma. Accede, se acomoda para un lado, para el otro, habla, habla, se acomoda para el único lado donde no se había acomodado y dos segundos después abandona la idea de dormir.

Va otra vez a sonarse la nariz. Vuelve y se acerca a decirme un secreto. Me pregunta si puede practicar allí la rueda de carro. Claro, hay más espacio libre que en el living de casa. Le digo que no, que cómo se le ocurre. En el fondo no es mala idea, dejaríamos de aburrirnos todos viéndola hacer su pequeña demostración de gimnasia olímpica.

Escucho por enésima vez que me pregunta cuándo vamos a entrar nosotras. Bueno, falta que pasen estas dos personas y cuando salgan ellos pasamos. Esta respuesta la conforma más que el falta poco, es lógico.

Tengo que inventar algo, por ella y por mí; la espera se ha vuelto insoportable. Ya sé. Le digo que vaya a ver las láminas que hay por allí cerca, en el corredor y que me cuente cómo son. Le gusta la propuesta, va enseguida. Vuelve. Dos niñas y unas rosas. Qué lindo. Descubre un poster de esos que tienen animales y que sirven para medir la estatura, parecido a uno que tenemos en casa. La mido y calculamos aproximadamente hasta dónde llega su hermano. Vuelvo a sentarme en mi silla. Me viene un sueño atroz. Ella sigue investigando lo que cuelga de las paredes, me quedo tranquila porque la escucho del otro lado del pasillo. Vuelve. ¿Qué más viste? Papá Noel durmiendo en el Polo Norte, me contesta. Se sonríe y yo desconfío. No me da para levantarme. En pocos segundos la curiosidad puede más y el aburrimiento –sobre todo el aburrimiento­- también. Me paro y le pido que me muestre dónde está eso. Me señala una lámina. Es un paisaje solitario en tonos de gris. Aun así transmite una sensación positiva y pacífica. Dan ganas de estar allí, de hacer una visita al menos. Puede ser un desierto o una zona de hielo, no está del todo claro. Es de noche, se ve por lo negro del cielo. Creo que hay una luna en semicírculo. Y un rancho en el medio del camino, un ranchito aislado, rústico. Yo diría que tiene tablones de madera. En el ranchito se ve un pequeño rectángulo blanco. Pegado a ese rectángulo blanco hay otro rojo. Los únicos toques de color. Sí, claro. Papá Noel durmiendo en el Polo Norte.

Volvemos a la archiconocida sala. No tenemos que esperar casi nada. Nos llaman enseguida. Estamos cinco minutos, tal vez seis o siete en el consultorio. Marcha muy bien la consulta. Todo en orden. Agradezco, saludamos. Nos ponemos los abrigos. La médica me pregunta si hay más pacientes y le digo que sí, uno más. Respira hondo, toma coraje. Salimos al corredor. Me desvío un poco y miro de refilón el cuadro del ranchito.
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Imagen: dalequedale.com/media/blogs/viajes/elpolonorte1.jpg

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8 Comments:

At 6/05/2007 8:25 p. m., Blogger fgiucich said...

De pronto se convirtiò en una historia de suspenso. Muy divertida para el que la lee, porque aguantar en la sala de espera de los mèdicos es una nota de terror, a veces. Abrazos.

 
At 6/06/2007 5:50 p. m., Blogger P. E. Rodríguez/R.Coll said...

El comentario de fgiucich es muy cierto: por mi parte, avancé con el mismo ánimo alerta de quien camina por un pasillo solitario pintado de verde, como quien mira un thriller en mitad de la noche.

Por otro lado está claro que tu hija tiene una flexibilidad perceptiva francamente encantadora.

Saludos por aquellos polos.

 
At 6/07/2007 2:43 a. m., Anonymous Anónimo said...

me hace acordar cuando mi imposible yo ateo, a veces agnóstico y, sobre todo, antiteísta no pudo evitar meterse, amenazado, con la imbatible adoctrinación de mi nena ojos de mar (cosmicómica luna) y de todo niño por la cuestión de las custodias compartidas, ya sabe, y disparó

pero... en realidad es que papito no cree en dios, es decir, cree tanto en el dios que te enseñan en esas clases, como en venus y la mujer maravilla, por ejemplo... pero...
porque venus es un planeta papá, me dice. sí, le contesto y era... la diosa que me dio mi belleza, me recuerda. sí, mi amor. sí, yo tampoco creo en dios mucho, me dice, displicente, medio divesca.
ah, me asusto. está bien, le digo, tiene también historias bonitas pero... sí, mucho no me gusta a mí.
ah, me asusto de nuevo. igual es bueno respetar si tus compañeritos y las... ¡y si vamos a mcdonalds! ¿otra vez? pero... yo quiero un helado de oreos. ¿otro helado? dale dale dale.
uhm, bueno. ¿mañana? dale dale dale. bueno. está bien. hoy.
¡sí!, me salta arriba. y enseguida, seria, moviendo el dedo: pero ojo: en papá noel sí que creo, papi.
y vos también.

 
At 6/11/2007 3:06 p. m., Blogger Ana said...

ando por aca
http://volveracebar.blogspot.com/
cariños

 
At 6/11/2007 9:44 p. m., Blogger Ludmilla 1789 said...

-Fgiucich y Rodrigo
Tienen razón, derivó en un thriller, no fue intencional, así salió.
Yo no dejo de asombrarme con las asociaciones que hacen los niños. Frente a eso, la que pone cara de niña asombrada soy yo.

-Tosiendo
Bastante más que una tos... Mi nena también tiene ojos de mar y un cierto divismo, sí, quizá sea la edad.

-Ana
Qué bueno que estés de vuelta. Ya visité tu nuevo hogar.

 
At 6/12/2007 7:55 p. m., Blogger Yamandú Cuevas said...

Con unas pocas hojas de libreta y un lápiz su hija y yo podríamos divertirnos horas (así como lo lee: horas), eso no quiere decir que me llame para que la lleve al médico la próxima vez que le toque, pero puede que cuando nos veamos le tire algunas ideas.

Y..., nada que ver ¿no?, pero como me gustaría probar la torta ésa que usted le hizo al Cerylo.

 
At 6/15/2007 7:19 p. m., Blogger Ludmilla 1789 said...

Pero no tengo dudas... Tire ideas nomás, serán muy bien recibidas.

También puedo dejarte a la niña una tarde en tu casa, mirá que es incansable.

Con respecto a la torta, me encanta cocinar para los amigos, sería un honor.

 
At 6/20/2007 11:07 p. m., Blogger Ceryle said...

Juraría que había dejado un mensaje acá...

 

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