Redonda la pelota de ping pong
Volver a estudiar ha sido de lo mejor que me ha sucedido en el 2006. Soy una estudiante endémica, escolar en mis curiosidades, famélica en mi afán por saber más aunque no sepa bien adónde voy, flagrantemente irracional en mis pasiones con los autores.
En este momento estoy preparando un trabajo escrito para una de las materias que cursé en esta segunda etapa. Para conseguir algunos de los libros que necesito fui a la biblioteca de la universidad donde estudié. Me topé con una realidad muy distinta a la de los tiempos en que hice la carrera. Absolutamente distinta.
Hay un impactante centro de fotocopiado donde brindan además servicios de impresión. En mi época había una puertita donde un veterano casi igual a uno de los personajes de Astèrix en Hispania te despachaba el pedido. La alternativa eran los quiosquitos zonales, donde dos por tres las fotocopias salían cortadas, sin toner, o faltaba alguna hoja que tenía que estar más o menos por la mitad de lo que había que leer para la prueba.
Se puede consultar por Internet qué títulos hay en biblioteca. Y en la biblioteca hay varias computadoras a disposición de los estudiantes. Antes bajábamos después de clase y atomizábamos a las dos o tres funcionarias de biblioteca para que nos dijeran qué libros podíamos utilizar para hacer un trabajo sobre (escríbase aquí alguna vaguedad) y allí iban ellas con una paciencia inagotable a buscar qué podía servirnos. Dos amigos míos, compañeros de clase, bastante revoltosos ellos, se dedicaban a molestar a "las tragas" ejerciendo una veta de maldad: un profesor daba el nombre de un libro que parecía ser clave para esa materia y ellos bajaban raudos las escaleras a solicitar el ejemplar (único) a biblioteca, sólo per jodere...
Tenemos que parecernos al primer mundo, esa parece ser la consigna hoy. "Quiero ser..."
Cerca de la biblioteca y la librería armaron una especie de estar estudiantil. Alrededor de mesas rectangulares puede verse sentados a tipos jóvenes, de unos veinte y pocos años escribiendo en el teclado de sus notebooks, a razón de por lo menos dos notebooks por mesa. Otros andan por ahí con sus reproductores de mp3.
Entro al centro de fotocopiado, quiero sacar unas copias antes de devolver un libro que pedí prestado en biblioteca. Me siento una alienígena. Si tuviera que decirlo en francés diría también que estoy mal à l'aise. Está lleno de gente esperando –ya no haciendo cola o luchando codo a codo para ver quién es el más persuasivo– y de máquinas multifunción. Le pregunto a un chico que está al lado mío conversando con otros dos (parece atractivo) si hay que sacar número. Debe tener unos diez o doce años menos que yo. Me dice que sí y me hace un gesto señalando a su derecha. Su actitud me resulta xenófoba. Espero un montón (quizás no sean tantos minutos pero así los vivo yo). El despliegue tecnológico es grande pero inversamente proporcional a la cantidad de empleados haciendo uso de la tecnología. Veo de atrás a una mujer teñida de rubio platinado, parece más cercana a los treinta, quizás la barrera conmigo sea más blanda. Le hablo sonriendo, con cierta timidez, se da vuelta y tiene unas pestañas rimeladas en exceso, parecen patitas de insectos. Pero es amable conmigo, más que el tipo joven que a esta altura no tiene nada de atractivo.
Ya llega mi turno. Me encojo de hombros, me río sola, esta situación es absurda. Me empieza a importar cada vez menos cómo me vean o cómo siento yo que me ven. Me salen todos los prejuicios de adentro. Hago mi autocrítica. Pero si yo estudié acá... No, en realidad no estudié acá. De qué hablo si yo también tengo un notebook y un reproductor de mp3.
Decido sentarme en una silla. Los cuadernos y libros que cargo en el bolso empiezan a pesarme demasiado. Quiero mirar algo distinto, la mujer artrópodo y una música seca que se oye en un segundo plano me aburren. En este preciso momento me encuentro con un semejante cliché: una mesa de ping-pong. Qué mal me pega ver esa mesa en ese lugar, es algo impuesto, de mal gusto, asquerosamente artificial. Cierto, nunca fui buena jugando al ping-pong pero tampoco tengo nada en contra, es más, recuerdo que en la casa de afuera de unos amigos había una y en verano se armaban los tales partidos. Hay dos tipos jugando, moviendo mecánicamente la pelotita y las paletas. La fórmula está demasiado repetida. Falta agregar una reproducción del cuadro de La Gioconda, decir que madre hay una sola, o la frase de los velorios: "hoy estamos y mañana no estamos" y ahí sí que está completo. Acabo de buscar en el diccionario qué quiere decir la palabra cliché. Resulta que además de la acepción más conocida, la de lugar común, significa también "tira de película fotográfica revelada, con imágenes negativas". Sí, hay una imagen negativa acá. Peligrosamente me acerco al melodrama, a la telenovela: "tu mundo y el mío", ¡ja!
Llega mi turno. Ya tengo en mi poder las fotocopias que necesitaba. Camino unos metros y devuelvo el libro que tenía en préstamo. Dentro de cuarenta y cinco minutos entro a clase en otra universidad, un anexo de una facultad estatal. Estoy a tiempo de llegar en hora. La semana pasada estuve en otro local de la universidad estatal. Los tres edificios pintan tres historias de vida diferentes. Tal vez ese anexo donde funcionan algunos posgrados sea un poco el eslabón entre los estudios terciarios de las universidades privadas y la pública. Es allí donde me siento menos fuera de órbita. Seguramente forme parte al menos del mismo sistema solar. Hay una cantina decente con precios gasoleros donde sirven un delicioso "tortuguín" de jamón y queso; una mano generosa te lo entibia en el momento.
Sigo con la crítica y la autocrítica. Compruebo una vez más que, al margen de las vivencias y cotidianeidades de cada individuo, es imposible escapar, siempre adoptamos una pose. Algunos pretendemos ser (y nos declaramos) abiertos a los cambios. Aun así nos volvemos intolerantes con los otros.
Me siento bien por poder seguir usando el mismo talle de jeans que cuando tenía dieciocho años (no sé si es un mérito...). Los buzos tres talles más grandes no me van, no si forman parte de una actitud de vida. Hay algo de eso, de dar con el talle. Mientras pueda, quiero zafar de los clichés.
En este momento estoy preparando un trabajo escrito para una de las materias que cursé en esta segunda etapa. Para conseguir algunos de los libros que necesito fui a la biblioteca de la universidad donde estudié. Me topé con una realidad muy distinta a la de los tiempos en que hice la carrera. Absolutamente distinta.
Hay un impactante centro de fotocopiado donde brindan además servicios de impresión. En mi época había una puertita donde un veterano casi igual a uno de los personajes de Astèrix en Hispania te despachaba el pedido. La alternativa eran los quiosquitos zonales, donde dos por tres las fotocopias salían cortadas, sin toner, o faltaba alguna hoja que tenía que estar más o menos por la mitad de lo que había que leer para la prueba.
Se puede consultar por Internet qué títulos hay en biblioteca. Y en la biblioteca hay varias computadoras a disposición de los estudiantes. Antes bajábamos después de clase y atomizábamos a las dos o tres funcionarias de biblioteca para que nos dijeran qué libros podíamos utilizar para hacer un trabajo sobre (escríbase aquí alguna vaguedad) y allí iban ellas con una paciencia inagotable a buscar qué podía servirnos. Dos amigos míos, compañeros de clase, bastante revoltosos ellos, se dedicaban a molestar a "las tragas" ejerciendo una veta de maldad: un profesor daba el nombre de un libro que parecía ser clave para esa materia y ellos bajaban raudos las escaleras a solicitar el ejemplar (único) a biblioteca, sólo per jodere...
Tenemos que parecernos al primer mundo, esa parece ser la consigna hoy. "Quiero ser..."
Cerca de la biblioteca y la librería armaron una especie de estar estudiantil. Alrededor de mesas rectangulares puede verse sentados a tipos jóvenes, de unos veinte y pocos años escribiendo en el teclado de sus notebooks, a razón de por lo menos dos notebooks por mesa. Otros andan por ahí con sus reproductores de mp3.
Entro al centro de fotocopiado, quiero sacar unas copias antes de devolver un libro que pedí prestado en biblioteca. Me siento una alienígena. Si tuviera que decirlo en francés diría también que estoy mal à l'aise. Está lleno de gente esperando –ya no haciendo cola o luchando codo a codo para ver quién es el más persuasivo– y de máquinas multifunción. Le pregunto a un chico que está al lado mío conversando con otros dos (parece atractivo) si hay que sacar número. Debe tener unos diez o doce años menos que yo. Me dice que sí y me hace un gesto señalando a su derecha. Su actitud me resulta xenófoba. Espero un montón (quizás no sean tantos minutos pero así los vivo yo). El despliegue tecnológico es grande pero inversamente proporcional a la cantidad de empleados haciendo uso de la tecnología. Veo de atrás a una mujer teñida de rubio platinado, parece más cercana a los treinta, quizás la barrera conmigo sea más blanda. Le hablo sonriendo, con cierta timidez, se da vuelta y tiene unas pestañas rimeladas en exceso, parecen patitas de insectos. Pero es amable conmigo, más que el tipo joven que a esta altura no tiene nada de atractivo.
Ya llega mi turno. Me encojo de hombros, me río sola, esta situación es absurda. Me empieza a importar cada vez menos cómo me vean o cómo siento yo que me ven. Me salen todos los prejuicios de adentro. Hago mi autocrítica. Pero si yo estudié acá... No, en realidad no estudié acá. De qué hablo si yo también tengo un notebook y un reproductor de mp3.
Decido sentarme en una silla. Los cuadernos y libros que cargo en el bolso empiezan a pesarme demasiado. Quiero mirar algo distinto, la mujer artrópodo y una música seca que se oye en un segundo plano me aburren. En este preciso momento me encuentro con un semejante cliché: una mesa de ping-pong. Qué mal me pega ver esa mesa en ese lugar, es algo impuesto, de mal gusto, asquerosamente artificial. Cierto, nunca fui buena jugando al ping-pong pero tampoco tengo nada en contra, es más, recuerdo que en la casa de afuera de unos amigos había una y en verano se armaban los tales partidos. Hay dos tipos jugando, moviendo mecánicamente la pelotita y las paletas. La fórmula está demasiado repetida. Falta agregar una reproducción del cuadro de La Gioconda, decir que madre hay una sola, o la frase de los velorios: "hoy estamos y mañana no estamos" y ahí sí que está completo. Acabo de buscar en el diccionario qué quiere decir la palabra cliché. Resulta que además de la acepción más conocida, la de lugar común, significa también "tira de película fotográfica revelada, con imágenes negativas". Sí, hay una imagen negativa acá. Peligrosamente me acerco al melodrama, a la telenovela: "tu mundo y el mío", ¡ja!
Llega mi turno. Ya tengo en mi poder las fotocopias que necesitaba. Camino unos metros y devuelvo el libro que tenía en préstamo. Dentro de cuarenta y cinco minutos entro a clase en otra universidad, un anexo de una facultad estatal. Estoy a tiempo de llegar en hora. La semana pasada estuve en otro local de la universidad estatal. Los tres edificios pintan tres historias de vida diferentes. Tal vez ese anexo donde funcionan algunos posgrados sea un poco el eslabón entre los estudios terciarios de las universidades privadas y la pública. Es allí donde me siento menos fuera de órbita. Seguramente forme parte al menos del mismo sistema solar. Hay una cantina decente con precios gasoleros donde sirven un delicioso "tortuguín" de jamón y queso; una mano generosa te lo entibia en el momento.
Sigo con la crítica y la autocrítica. Compruebo una vez más que, al margen de las vivencias y cotidianeidades de cada individuo, es imposible escapar, siempre adoptamos una pose. Algunos pretendemos ser (y nos declaramos) abiertos a los cambios. Aun así nos volvemos intolerantes con los otros.
Me siento bien por poder seguir usando el mismo talle de jeans que cuando tenía dieciocho años (no sé si es un mérito...). Los buzos tres talles más grandes no me van, no si forman parte de una actitud de vida. Hay algo de eso, de dar con el talle. Mientras pueda, quiero zafar de los clichés.
10 Comments:
A veces con un amigo discutimos porque el dice que "su realidad" es distinta de "mi realidad ".Creo que esto es lo que te pasó a ti al comparar las dos universidades que mencionás. No se trata de clichés sino de que la xenofobia está bastante instaurada en nuestro país , aunque nos creamos muy abiertos y tolerantes...
Me encantó tu post (y tu blog) Yo volví a estudiar en el 2005, parte de las cosas que acompañaron mi cumpleaños 40. Se me ocurrió comenzar una segunda carrera desde el vamos, por lo que tengo compañeritos que podrían ser mis hijos y muchas situaciones similares a las que tu describís. Voy sobreviviendo. La Universidad de la República la encontré devastada, como si además de 20 años hubiera pasado un huracán, quizá es sólo mi Facultad, o son mis ojos muy distintos de los que tenía hace 20 años, no sé.
Aunque no nací en Jacinto Vera, mi casa natal era afuera de lata y por adentro madera.
A falta de estufa, el viejo fabricaba -en lo que a mi me parecía una enorme lata cilíndrica- un brasero de aserrín capaz de dar calor toda la noche. La ceremonia de ir a buscar el aserrín a la carpintería y encontrar el mas sequito, los cuentos que me hacía el viejo en ese breve viaje y aquel frío en la cara hicieron de mi infancia -entre otras tantas pequeñeces amorosas- la mejor parte de este todo. Cuando el brasero estaba encendido soltaba chispitas diminutas que volaban hacia el techo haciendo eses breves. La luz tenue del rancho y mi imaginación de niño en la era del Apolo 11 me llevaban por viajes interestelares. Yo me acostaba de panza en el piso de modo que la boca del brasero quedase a la altura de mis ojos para ver los colores que se producían allí dentro. Para aumentar el goce, jugaba a desenfocar al máximo la vista para apreciar aquello como una imagen factible de reproducir luego. Yo sabía que era fuego, me lo habían advertido muchas veces, pero la fascinación y el espíritu fantasioso me hicieron introducir una imaginaria nave (muy parecida a mi mano) en aquella cavidad ardiente.
El saldo fue terrible, la nave quedó gravemente dañada y aunque en la base de reparaciones hicieron todo lo que pudieron, no dejó de arderme en toda la noche. Al otro día, el brasero era el mismo, el astronauta también, pero la percepción de las cosas -querida Ludmilla-, había cambiado para siempre.
Araucaria y Ana, bienvenidas a este blog, agradezco sus comentarios.
Yama, ¡qué fuerte lo que contás! Mierda...
Mi padre vivió una realidad salada: cinco hermanos, no tenían un mango, relaciones familiares gélidas, cero apoyo afectivo.
Me parece que antes había menos diferencias entre la gente, el dinero no era un factor decisivo como es ahora. Había más integración. El dinero y el aparentar.
Yo me siento sapo de otro pozo con esta gente que describo, soy un bicho (bicha) inclasificable. Tengo otra idea de las cosas, pero me doy cuenta que también los juzgo sin tener demasiados elementos; eso me da rabia conmigo misma. Quizás detrás de esa vida económicamente cómoda, estos tipos tengan problemas de otra índole.
Son fuertes esos ataques de toma de conciencia como el que describís. He tenido los míos. Los vivís de manera distinta cuando sos niño que cuando sos adulto, de grande se te disparan otras flechas.
No te sientas "sapo de otro pozo".
A raíz de mi trabajo tengo contacto con gente de muy distintos niveles sociales y económicos y de posturas políticas y filosoficas totalmente diferentes.Si bien en una epoca mis posturas fueron muy radicales, a lo largo de los años y por el tema laboral, he tenido que tratar de ser más objetiva ( léase tolerante ) y he llegado a una conclusión que no sé si es acertada o no....y es que cada persona vive dentro de su realidad y le es muy difícil, casi imposible comprender al que vive de una manera totalmente diferente. Por ej., para una persona de clase media baja o media a secas , es imposible entender como alguien puede vivir en un cantegril, en medio de un basural reciclando basura y conviviendo con los animales. De la misma manera a la inversa es imposible comprender como hay gente que gasta miles de dolares en una cena, o un vestido, cuando a vos no te alcanza para pagar la luz. En fin, las diferencias de clases se ahondan en este paisito , a pesar de los vientos de cambio....
cada vez que vuelvo a pisar mi facultad; obtengo una conmoción extraña. tus líneas reflejaron mucho de lo que siento cada vez que voy. pero creo tropezarme con hordas de adolescentes flacos, llenos de granos y con los cordones desatados sigue siendo una experiencia sin i gual...
Es curioso. No capté los matices y las sutilezas que muestran los brillantes comentarios a tu post, Ludmilla, como el de Yamandú Cuevas. Ahora que lo pienso, supongo que eso tiene que ver con el hecho de que a diario tengo que pasar unas cuantas horas en una universidad prestigiosa de mi país, donde apenas llega una proporción mínima de personas privilegiadas por el sólo hecho de poder cursar estudios superiores, algo que después de todo debería estar dentro del más elemental de los derechos, pero que tantas veces queda suspendido, más bien, en la más cínica de las demagogias.
Cuando leí tu post, en cambio, pensé en lo duro que es volver la vista atrás y ver que cosas como la adolescencia ya pasaron.
Es divertido y al mismo tiempo aterrorizante pensar que, sin ir muy lejos, los adolescentes de hoy en día pueden ver con verdadero interés prehistórico cosas como la música de los ochenta, las máquinas de escribir, los televisores sin control remoto.
Sospecho que el consuelo (si existe) está en recordar algunas de las cosas que uno imaginó y soñó entonces, y en las que todavía sigue creyendo.
Saludos.
Ah!, que fenómeno el comentario de Rodrigo Coll, que fácil dice las cosas difíciles. Se siente como agua fresca en la garganta. Me encanta este blog (estoy como en casa).
Qué sé yo, sin querer uno dispara tantas cosas en un post...
Creo que si fuera consciente de eso y de lo que puede llegar a implicar no escribiría nada, ¡ja!
Gracias a todos.
Me siento entre amigos. Y también (no me lo voy a callar) orgullosa de ser la anfitriona de estas tertulias.
Entonces yo soy de la prehistoria. En la universidad nos obligaban a estudiar en los libros que figuraban en los programas de estudio. No tengo la más mínima duda que los tiempos han cambiado a una velocidad extraordinaria. Abrazos
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