Textos fuera de contexto
Hay cosas que parecen existir solamente en cierto momento del día. Y personas que parece que sólo pudieran verse a determinada hora.
Nadie piensa en una prostituta a las diez de la mañana haciendo cola en la caja de un supermercado para pagar un botella de hipoclorito.
El empleado de la carnicería, además de anteojos y túnica blanca también tiene novia (vive en el barrio) y un par de piernas que nunca se ven. Me saludó de noche, hace poco tiempo, mientras iba caminando por la vereda, a unos metros de casa. Yo no lo reconocí en un primer momento, a pesar de que siempre me jacto de ser fisonomista y reconocer a todo el mundo. Me disculpé, es un tipo simpático, con buena onda. Me sentí tonta.
El meteorólogo que explica el estado del tiempo se muestra de cuerpo entero, amparado en un mapa gigante como telón de fondo. Los que leen las noticias son “bustos parlantes”. Eso nos decía un profesor de semiótica y tenía razón. Se supone que están vestidos también de la cintura para abajo, que llevan puestos zapatos, que nadie les ha amputado nada. Me acuerdo una vez que fui de visita a un canal de televisión a la hora del informativo. Yo tendría en aquel entonces unos dieciocho años. Uno de los informativistas estaba de jeans y zapatos deportivos. Para salir al aire se puso una corbata y un saco. Parecía una de esas muñecas de cartón a las que uno le recortaba la ropa de papel y las vestía.
Aclaremos, una cosa es lo que no se ve y se supone que está. Otra cosa es ver algo como a deshora y fuera de contexto. Me refiero a imágenes como la de la prostituta o el carnicero.
La semana pasada tuve que conseguir libros para un curso que estoy haciendo. No son libros que se consigan en librerías convencionales. Digamos que no forman parte de los best-sellers del 2006, las primeras ediciones salieron a la venta hace decenas de años. Decidí recorrer Tristán Narvaja, la calle de las librerías por excelencia, donde se venden libros nuevos y sobre todo usados. Era una día de semana, a una hora temprana de la tarde. Me sentía en infracción caminando por la calle buscando libros a esa hora, se supone que pasados los veinte y tantos años uno debe estar trabajando en ese momento del día, ¿no? Si hubiese tenido una peluca me la hubiese puesto, lentes negros, ropa oscura. Un caminar apurado y sigiloso, como disimulando algo. Sin poder sacarme de encima ese absurdo sentimiento de culpa entré a varias librerías. En la mayoría me dijeron que los títulos que necesitaba podían estar en dos o tres estantes precisos. Podía buscarlos yo misma. Una de las personas que me atendió me alcanzó un banquito ratón para que estuviera más cómoda revisando los anaqueles que estaban casi a ras del suelo.
Era un goce. Estoy segura que una parte considerable de mi adrenalina se debía a eso, a estar haciendo algo que estaba como fuera de contexto. Los libreros estaban fuera de contexto para mí. Yo los veo de mañana, los domingos, en la Feria de Tristán Narvaja. O en las librerías pero a otra hora del día, sobre el final de la tarde, al mediodía quizás. Los sábados en la mañana. Puedo imaginarlos fuera de la librería y de la feria, en un boliche, por ejemplo, tomando una cerveza en una noche calurosa. Leyendo sin parar en una habitación cualquiera. Todos fueron amables conmigo, a excepción de dos que sin decirlo me trataron de boba porque yo había entrado sin mirar a su habitáculo y no me había dado cuenta de que era una librería especializada y que por tanto era seguro que no iba a encontrar lo que buscaba (novelas, poesía y algún libro teórico). Entré y salí de varios negocios. Leía el lomo o la tapa del libro, a veces tenía que abrirlos para saber qué eran porque habían sido reencuadernados o se había borrado el nombre. Estornudé un montón de veces.
Sucedió algo curioso, además de esa contextualidad rara a la que me refiero. Había un tipo que seguía mis pasos. O yo lo seguía a él, no podría decirlo con exactitud. Paré la oreja cuando lo escuché hablar con el primer librero que vi. No fue el del banquito, fue otro. Resulta que este joven estaba haciendo entrevistas (creo que para alguna Facultad) sobre libros esotéricos o algo así. Era un poco esotérico él también. Aumentaba la rareza que yo ya sentía. Yo salía de una librería, entraba a otra y él ya estaba ahí formulando sus preguntas. A veces sin querer yo le ganaba de mano y era él quien irrumpía después que yo. En una de esas salidas y entradas nos cruzamos, pude ver su cara con cierta claridad, casi lo saludo pero no me atreví.
Cada librero me sorprendía un poco. Casi todos usaban lentes, sin importar la edad y el estilo. Sentí que me entendían a pesar de que mi pedido era algo indefinido y estaba –reitero- fuera de contexto. No era el último libro de Harry Potter. Tampoco A sangre fría (lo vi en una vidriera y supongo que se debe estar vendiendo bastante a raíz de la película Capote).
En esa tarde extraña, fuera de lo terrenal, lo que me trajo más de una vez a la realidad fueron los estornudos. Mi periplo fue satisfactorio, logré un botín suculento. Tres libros, usados y en buen estado. Encontré el que más quería encontrar: Madame Bovary editado en francés.
7 Comments:
Era una cruda mañana de otoño montevideano, hacía mucho frío y las pelusitas de los árboles se venían como kamikazes a mis ojos.
El viento de Yaguarón hacia el cementerio hacía todo lo que podía por arrancarme de bajo el brazo mi carpeta medio watman repleta de bocetos de etiquetas de duraznos en almibar a que acababa de presentar. Empezaban a caer la primeras y heladas gotitas de una lluvia que hacía rato se estaba promocionando. Mientras avanzaba con dificultad intentando ver algo entre la bufanda y la capucha del montgomery veo venir a un par de tipos. Unos tipos cualquiera que vienen caminando por la misma vereda pero en sentido contrario, uno de ellos usaba unos jeans gastados, con bastante uso, mocasines marrones casi pasados de moda y por todo abrigo una camisa de paño "leñadora", también gastada.
A media distancia se me presentó el tan común sentimiento: ¿de donde lo conozco yo a éste?, pero mi velocidad mental no me dió para descubrirlo hasta unos metros adelante.
¡Pero si es Joan Manuel Serrat!, ¡pero la gran puta!, que idiota soy...
Para eso él ya había cruzado el semáforo de Maldonado junto a su compañero, que no era otro que Osvaldo Fattoruso.
Después me enteré que estaba acá grabando su versión de "La llamada", para su disco "Tarrés" y que en ese momento estarían, seguramente, saliendo del estudio de grabación que hay en esa calle.
Pero claro, en una verdea cualquiera, sin esmoking, sin escenario ni luces para mi no era Serrat, sino Tarrés.
Un escalofrío me resbaló por la espalda mientras te leía. Sos una grande, estaba deseando ver esta escritura a flor de piel. Te diría un montón de cosas, pero voy a esperar que me pase esta cosa de la piel.
Cuando yo leo a Ludmilla la veo, la escucho, le adivino el brillito en los ojos. ¿Como se puede escribir tan elaboradamente siendo tan espontáneamente uno?, sos una ídola Ludmi. Me encanta leerte (en el mejor y mas profundo sentido de encantamiento). Quiero mas.
Cómo generaste este mismo sentimiento en todos, Ludmi. Me encantó cada palabra de este post, fui como un fantasma que te seguía calle abajo y entraba detrás tuyo para disfrutar de tu disfrute, me reía viéndote reír y estornudar, y jugar entre el placer y la culpa. Felicidades.
Gracias por estas palabras. Los quiero un montón. Me siento feliz de poder compartir este "tempotránsito" -una palabra que usa Gunther Grass en El rodaballo y que me gusta mucho- con personas como ustedes.
Me alegro de poder aportar sustancia a vuestros espíritus. Ustedes me la dan a mí y me alientan a seguir escribiendo. Gracias otra vez.
Y ya que hablamos de aliento, anímense a escribir comentarios los que por ahora son "voyeurs" en este blog, ¡serán bien recibidos!
Super color scheme, I like it! Good job. Go on.
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Very best site. Keep working. Will return in the near future.
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