domingo, agosto 06, 2006

Muy azul, casi violeta


Estuvo crudo. El miércoles pasado estuvo crudo en esta ciudad. Porque no recuerdo haber pasado frío mayor. Aunque quizás sí, una vez, hace algunos años, cuando Augusto y yo nos fuimos con unos amigos a conocer una montaña andina. Pero aun así, la sensación térmica del otro día para mí fue peor, infinitamente peor.

Estuve trabajando unas cuantas horas frente al monitor con unos papeles, sola, muy concentrada. Me resulta curioso por momentos pensar en la capacidad de concentración que puedo llegar a lograr y por otro lado ser tan dispersa. El otro día me despegué, horadé la pantalla de la computadora y llegué hasta África. Lo primero que había hecho al llegar había sido prender la estufa, una compañía más simbólica que real porque la garrafa ya era un "dead man walking", estaba en las últimas. Me preparé café instantáneo para paliar un poco el frío. No me convence mucho el café instantáneo, a mi estómago tampoco, pero era lo que había. Me pasa lo que tantas veces: pienso en el tema que estoy trabajando, escribo, me olvido del café y cuando le doy un sorbo está irremediablemente frío. La solución fue echarle agua caliente del termo para desenfriarlo hasta lo tolerable, hasta que se convirtiera en una sopa sucia, en un gazpacho sucio.

Ahora, domingo de mañana, me acuerdo de un libro que leí hace poco, Je m'en vais, de Jean Echenoz (Me voy en Anagrama) que fue disparador de otro post, Los osos polares son zurdos. Será porque una parte de la novela está ambientada en el Polo Norte. Quién sabe.
Me gusta subrayar los libros con lápiz y a veces hacer algún apunte arriba o a los márgenes. "Mientras cenábamos, Angoutretok le enseñó a Ferrer algunas de las ciento cincuenta palabras que hacen referencia a la nieve en idioma iglulik...", escribe en la página 63.
Me encuentro con una nota mía en el libro, en otra hoja: "El frío es también soledad".

Bajar a prepararme café el miércoles era una forma de contacto humano. Estaba helado también abajo. Lo bueno es que éramos varios compartiendo el iglú. Ya sobre el final de la tarde, bajé por última vez. Me puse a conversar, una de mis prácticas favoritas. Al cabo de unos segundos noté que me temblequeaba un poco la voz, y no era emoción, lo juro. Del café pasamos al té y las galletas rellenas.

Me puse la campera, la bufanda, tomé coraje y salí rauda rumbo a casa. Pasados un par de minutos me di cuenta de que tenía que pasar por el ciber café. Alguien había mandado un mail muy pesado y como no tengo acceso a banda ancha en este momento no me queda otra que el ciber. (Hay un ciber que se llama Ciberia, así con C...). Me queda de paso el ciber pero es un alto antes de llegar al home-sweet-home.
Pasé por una peluquería muy particular. Me tomé el trabajo de observarla. Parece sacada de una película vieja de Almodóvar. Está decorada con discos de vinilo colgados del techo. Las paredes pintadas de blanco, con círculos rojos de unos treinta centímetros de diámetro que siguen un patrón muy definido. Los sillones con un tapizado blanco y negro, tipo cebra. Hay un pibe cortándose el pelo; lo veo y pienso que hoy cortarme el pelo sería de lo último que se me ocurriría hacer. No, no, ni siquiera un par de centímetros.

Camino como una desaforada, casi sin darme cuenta de eso. Quiero llegar. Estoy enfundada en la bufanda y la campera, creo que sólo se me ven los ojos y parte de la nariz. El frío me hace agarrar velocidad y yo arremeto. Pasa un tipo, me mira y sigue de largo. No sé qué quiere, no me doy cuenta. Pienso que si lo que quiere es una mujer, hoy es el día, son pocas las que van a decirle que no con esta temperatura cruel. La temperatura baja, las exigencias bajan...

Entoy en la puerta del ciber. Entro. Pido una máquina. Me siento. Reviso el mail. Es un mensaje de una amiga, acaba de tener su quinto varón. Las fotos pesan más de 3000 kb, de ahí el problema. Edito el mensaje y me lo reenvío a mí misma, en un plan un poco esquizoide. Ya en casa le contestaré con más tranquilidad. Cierro la sesión. Me levanto de la silla. Pago. Me voy sin pensar mucho que me toca la calle gélida otra vez.

Me quedan dos o tres cuadras. Acabo de acordarme que la heladera es un páramo. Por suerte existe el freezer. Voy a descongelar unas lentejas, es lo más indicado en días como estos.

Llego por fin a la puerta del edificio. El portero me dice que se ha roto la calefacción, que por lo menos hasta el día siguiente no la van a arreglar. Yo pienso que al final no estaba tan mal la garrafa moribunda; en el apartamento no tenemos ni una estufita a cuarzo. Confiemos en las lentejas, no nos pueden defraudar.

7 Comments:

At 8/07/2006 1:05 a. m., Blogger Ana said...

Fueron realmente unos días terribles, para entrar en "modo sobrevivencia hasta que pase este frío", y soportar el bajón del frío más la falta de luz...

 
At 8/08/2006 10:25 p. m., Blogger Federico said...

I like.

No sé, el estilo. Sí me gusta.

saludos

 
At 8/09/2006 4:59 p. m., Blogger fgiucich said...

Un larga y agradable disquisicòn sobre la importancìa sobrevivir a un dìa tan frío. Abrazos.

 
At 8/09/2006 11:06 p. m., Blogger cheguevara said...

interesante.
también me interesa el cine.
vistes OLDBOY(Corea)en video?
slds
CHE

 
At 8/10/2006 6:43 a. m., Anonymous Anónimo said...

...brrrrr

 
At 8/12/2006 12:04 a. m., Blogger Ludmilla 1789 said...

Gracias por los comentarios.
Como dice Ana, al frío siguió la oscuridad pero ya se hizo la luz.
Che Guevara, bienvenido. No sé cuál es la película que decís pero la rastrearé, hay un club de videos y dvds cerca de casa bastante completito. Se agradece el dato.
¡Saludos 'cálidos' a todos!

 
At 8/19/2006 9:50 p. m., Blogger Willy S. said...

que extraño estar en esta parte del planeta en pleno verano y leerte al otro lado del planeta hablando del invierno...

 

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