Que alguien me sorprenda...
Había trabajado, estaba cansada y un poco aburrida. Era domingo, pasada ya la media tarde. Una serie policial, eso es lo que necesito. Algo que me haga pensar sin exigir demasiado a las neuronas. Acababa de ver dos buenas películas esa semana, de esas películas que no se ven todos los días y quería seguir manteniendo esa sensación de liviandad que deja el buen cine.
Apoltronada en un sillón, control remoto en mano, logré dar con un capítulo -que para mi fortuna recién estaba por comenzar- de una serie policial. Todo pintaba bien al principio hasta que pocos minutos después me invadió una sensación desagradable, como de hastío. Porque aquello era un déjà vu, más de lo mismo. Me sonaba a repetido, por más que eran otros actores, otra escenografía, otros detalles en los diálogos. Frustrada, me fui y me dediqué a hacer lo que no quería: tareas –desagradables también– propias de la tarde dominical. En esas idas y venidas dentro de casa se me fue prácticamente una hora. Tiempo de darle una merecida segunda oportunidad al televisor. Esta vez fue: sillón, tacita de té, y menos paciencia porque ya me habían arrebatado un caramelo después de habérmelo mostrado. Emboqué otra serie policial, desde el principio. Sobre ruedas... Detectives, subalternos, gente mala, gente buena, los ingredientes para una buena sopa. Y resultó ser el mismo plato. El mismo plato por enésima vez. Quedó demostrado que hay situaciones que se repiten siempre en todas las series policiales, sin importar quién sea el productor y cuál es la ciudad donde se desarrollan los acontecimientos.
Aquí van dos típicas, super típicas. La que vi en la primera serie, y la de la segunda. Debe haber otras que en este momento no puedo precisar, bastaría con volver a prender el televisor uno de estos días, darle al policial cinco minutos y ahí sale limpita la anécdota base, la fórmula que parece dar resultado. Ojo, algunas han trascendido el estatus de capitulito de policial y han motivado incluso largometrajes taquilleros.
1. Alguien toma por asalto un lugar, puede ser un vehículo. En este caso era un ómnibus, una especie de interdepartamental. Un enfermo psiquiátrico reduce a cuidadores y pasajeros. Qué peligro, puede matar a todas esas víctimas inocentes en cuestión de segundos... Un experto sabelotodo, especialmente entrenado para este tipo de situaciones de riesgo, contempla la escena desde un monitor y puede determinar cuál va a ser cada uno de los movimientos que va a hacer el maniático. Un integrante del FBI, policía federal o lo que sea lograr entrar al vehículo, decidido a resolver el problema. Pero algo se va de control, los hechos no se desarrollan de acuerdo a lo previsto y este personaje termina siendo –al menos momentáneamente- una víctima más. Forcejeos, nervios aquí y allá, hasta que sesudas artimañas y conductas calculadas y no tan calculadas lograr aliviar la tensión. Uff, ¡qué calor! "Échale limón", como dicen por ahí y listo el cóctel.
2. Regreso peligroso, podría llamarse así. Antiguo asesino vuelve a hacer de las suyas. Lo atraparon, cumplió su condena y ahora vuelve con sed de venganza. O no lo atraparon, logró escapar porque era muuuy inteligente, casi tanto como el detective en jefe. Pero casi, ojo. No puede llevársela de arriba de nuevo. Camina por la cuerda floja, juega con fuego. Es infaltable un diálogo irónico entre el detective y el asesino, donde se hablan como dos viejos amigos, con cancha, un peloteo entre cerebros que hablan un mismo idioma, sólo que uno optó por el mal y otro por el bien.
A veces se da otro componente en esta segunda fórmula de capítulo. El propio detective parece estar implicado en el caso, aunque esto suele ser parte de la estrategia del asesino inteligente: dejar indicios que lleven a pensar que la persona de quien se quiere vengar es culpable de un delito grave. Otro detective investiga al detective de siempre, y entonces surge un dilema: es mi amigo, pero a la vez tengo que cumplir con mi deber...
Bueno, finalmente triunfa el bien: el detective no era un asesino ni un cómplice y demuestra ser más inteligente –una milésima más en su coeficiente– que el verdadero asesino.
Los dos fiascos con las series policiales me dejaron la sensación de estar viendo desde hace años una especie de sinfín, una sola película con instancias cuadraditas predeterminadas, que es el sistema yanqui de entretenimiento.
El cine supo dar lugar a grandes títulos en la materia. Me cuesta creer que los argumentos se hayan agotado, tiene que haber una vuelta de tuerca.
Nunca fui gran lectora de novelas policiales. He leído varias, de autores más bien emblemáticos y me han gustado aunque no tanto como para hacerme fanática. Sin embargo, siempre me ha dado qué pensar que tipos como Juan Carlos Onetti o Mario Levrero sean defensores a ultranza del género, estoy convencida de que algo muy bueno debe tener que yo todavía no descubrí; es un pendiente que algún día resolveré.
Mi domingo no podía terminar así, no con la inexorable perspectiva de un lunes que iba a llegar en cuestión de horas.
Así que me dediqué a pensar en las dos buenas películas había visto unos días antes. Me concentré en esa sensación deliciosa de caminar ligera, flotando apenas por las baldosas de la ciudad.
Apoltronada en un sillón, control remoto en mano, logré dar con un capítulo -que para mi fortuna recién estaba por comenzar- de una serie policial. Todo pintaba bien al principio hasta que pocos minutos después me invadió una sensación desagradable, como de hastío. Porque aquello era un déjà vu, más de lo mismo. Me sonaba a repetido, por más que eran otros actores, otra escenografía, otros detalles en los diálogos. Frustrada, me fui y me dediqué a hacer lo que no quería: tareas –desagradables también– propias de la tarde dominical. En esas idas y venidas dentro de casa se me fue prácticamente una hora. Tiempo de darle una merecida segunda oportunidad al televisor. Esta vez fue: sillón, tacita de té, y menos paciencia porque ya me habían arrebatado un caramelo después de habérmelo mostrado. Emboqué otra serie policial, desde el principio. Sobre ruedas... Detectives, subalternos, gente mala, gente buena, los ingredientes para una buena sopa. Y resultó ser el mismo plato. El mismo plato por enésima vez. Quedó demostrado que hay situaciones que se repiten siempre en todas las series policiales, sin importar quién sea el productor y cuál es la ciudad donde se desarrollan los acontecimientos.
Aquí van dos típicas, super típicas. La que vi en la primera serie, y la de la segunda. Debe haber otras que en este momento no puedo precisar, bastaría con volver a prender el televisor uno de estos días, darle al policial cinco minutos y ahí sale limpita la anécdota base, la fórmula que parece dar resultado. Ojo, algunas han trascendido el estatus de capitulito de policial y han motivado incluso largometrajes taquilleros.
1. Alguien toma por asalto un lugar, puede ser un vehículo. En este caso era un ómnibus, una especie de interdepartamental. Un enfermo psiquiátrico reduce a cuidadores y pasajeros. Qué peligro, puede matar a todas esas víctimas inocentes en cuestión de segundos... Un experto sabelotodo, especialmente entrenado para este tipo de situaciones de riesgo, contempla la escena desde un monitor y puede determinar cuál va a ser cada uno de los movimientos que va a hacer el maniático. Un integrante del FBI, policía federal o lo que sea lograr entrar al vehículo, decidido a resolver el problema. Pero algo se va de control, los hechos no se desarrollan de acuerdo a lo previsto y este personaje termina siendo –al menos momentáneamente- una víctima más. Forcejeos, nervios aquí y allá, hasta que sesudas artimañas y conductas calculadas y no tan calculadas lograr aliviar la tensión. Uff, ¡qué calor! "Échale limón", como dicen por ahí y listo el cóctel.
2. Regreso peligroso, podría llamarse así. Antiguo asesino vuelve a hacer de las suyas. Lo atraparon, cumplió su condena y ahora vuelve con sed de venganza. O no lo atraparon, logró escapar porque era muuuy inteligente, casi tanto como el detective en jefe. Pero casi, ojo. No puede llevársela de arriba de nuevo. Camina por la cuerda floja, juega con fuego. Es infaltable un diálogo irónico entre el detective y el asesino, donde se hablan como dos viejos amigos, con cancha, un peloteo entre cerebros que hablan un mismo idioma, sólo que uno optó por el mal y otro por el bien.
A veces se da otro componente en esta segunda fórmula de capítulo. El propio detective parece estar implicado en el caso, aunque esto suele ser parte de la estrategia del asesino inteligente: dejar indicios que lleven a pensar que la persona de quien se quiere vengar es culpable de un delito grave. Otro detective investiga al detective de siempre, y entonces surge un dilema: es mi amigo, pero a la vez tengo que cumplir con mi deber...
Bueno, finalmente triunfa el bien: el detective no era un asesino ni un cómplice y demuestra ser más inteligente –una milésima más en su coeficiente– que el verdadero asesino.
Los dos fiascos con las series policiales me dejaron la sensación de estar viendo desde hace años una especie de sinfín, una sola película con instancias cuadraditas predeterminadas, que es el sistema yanqui de entretenimiento.
El cine supo dar lugar a grandes títulos en la materia. Me cuesta creer que los argumentos se hayan agotado, tiene que haber una vuelta de tuerca.
Nunca fui gran lectora de novelas policiales. He leído varias, de autores más bien emblemáticos y me han gustado aunque no tanto como para hacerme fanática. Sin embargo, siempre me ha dado qué pensar que tipos como Juan Carlos Onetti o Mario Levrero sean defensores a ultranza del género, estoy convencida de que algo muy bueno debe tener que yo todavía no descubrí; es un pendiente que algún día resolveré.
Mi domingo no podía terminar así, no con la inexorable perspectiva de un lunes que iba a llegar en cuestión de horas.
Así que me dediqué a pensar en las dos buenas películas había visto unos días antes. Me concentré en esa sensación deliciosa de caminar ligera, flotando apenas por las baldosas de la ciudad.
14 Comments:
En algún momento de mi vida leí muchas novelas policiales, hasta que me aburrieron porque justamente las tramas eran muy similares. Ya sabías luego de algunas páginas cuales eran los posibles desenlaces.De todas formas , de vez en cuando vuelvo a leer alguna, ya que no implica un gran "desgaste neuronal".Con respecto al cine de ese género pasa lo mismo. La que me viene a la memoria de ese estilo que me mantuvo en suspenso fue " El coleccionista de huesos ".
Me parece además que en lo que es el "circuito comercial" no dan casi nunca una buena película.
Yo ayer como quería ver algo totalmente intrascendente y romanticón me enganché con "Otoño en Nueva YOrk ", una con Richard Geere y Wynona Rider. No importa el guión , si con verlo a él alcanza.
Un abrazo,
Aparte lo nítido de la descripción del ánimo dominical, del hastío por la falta de propuestas mediáticas, me interesa resaltar la deliciosa sensación de "caminar flotando" entre las frases y palabras de este y demás relatos de Ludmilla.
No me caracterizo por la fluidez en la lectura, pero venir a leer los relatos de Ludmi se asemeja a sentarme muy relajadamente a la vera de un arroyito de cristalinas aguas, llenas de palabras que se dejan leer con la misma frescura y libertad con que corren por su cauce.
Justamente lo intesante de la "novela negra" que no policial es que ekl descubrimiento del culpable o el desenlace no son más importantes que el desarrollo en sí. Chandler y Hammett, son dos clásicos, pero hay muchos más.
Ahora, si se trata de domingo lo mejor que puede hacer es intonizar en su PC www.monoculo.com. de 19 a 21.
No se arrepentirá
Me encantan las pelìculas policiales, especialmene las francesas. Abrazos.
La TV cable suele dejarme esa sensación de hastío, de molestia por nunca encontrar algo que se parezca a una buena película de cine. De las policiales, me gustaba "Da Vinci, Detective Forense", creo que era canadiense. Y a veces, cuando necesito lavar neuronas con urgencia, caigo en CSI
-Araucaria: es eso sí, que no haya demasiado "desgaste neuronal" pero que se llene un espacio de manera agradable.
-Anónimo: qué lindo lo que decís, me gusta la metáfora del agua y la forma en que la expresaste. Gracias.
-Warren: sí, el cine negro es otra cosa. A Dashiell Hammet lo curtí bastante. Pero tire nombres nomás, que no molesta, a ver si me pongo al día con esas lecturas. Independientemente de esto le daré una oportunidad a monóculo. Se agradece el dato.
-Fgiucich: Es cierto, hubo una época dorada del cine policial francés. Me viene a la cabeza un título: Zeta, con Jean-Louis Trintignant.
-Ana: Me suena "Da Vinci, Detective Forense", quizá lo haya visto alguna vez. En general me gusta mucho lo que hacen los canadiense en cine y tv.
abrazos para todos!
Warren, ¡pero si está usted ahí en ese monóculo! Con más razón lo sintonizaré.
No me lo tomes demasiado en serio, pero a veces pienso que la rigidez del género debe tener algo que ver con ese sueño algo infantil de lo repetitivo, lo encantadormente monótono, lo seguro: el bueno siempre será bueno (aún cuando duda); el malo será siempre la suma de toda una historia de estereotipos.
Un guión eterno que nos masajea en la comodidad de un sofá donde hay un ventanal, un cielo, una hora medida. Todo muy bien, hasta que de tanto en tanto se aparece alguien como David Lynch o cualquier otro delincuente, pone un barril de pólvora y pluf!, a uno no le queda de otra que agradecer ese sacudón hasta el próximo letargo.
Un abrazo.
Sí, es cierto, el goce por la repetición, creo que Lotman hablaba de eso. Pero te tomo en serio, sí -cómo que no- como opinión autorizada.
David Lynch, ¡cómo me gustaba!
¿Qué ha sido de él? Hace tiempo que no veo ninguna película suya.
Escuchá el domingo al hermanito Warren, Ludmi, vas a ver que programa tan lindo, tan serio, tan para la familia y además tan políticamente correcto.
Warren, a mí también me encanta Chandler.
Lo que dice rodrigo coll es lo que se dice, che. Que el género nos devuelve a la infancia, es la misma historia contada varias veces ("ma, ¿me la contás otra vez?). Nos da ciertas seguridades que nos reconfortan. Lo que no implica que se pueda modificar desde dentro. Es lo que dicen que está haciendo en este momento con el género policial el escritor James Ellroy.
Para mí hay varios escritores de policiales imperdibles, yo adoro al maestro, a Poe.
Esto de recomendar es complicado orque uno puede quedar como un nabo, pero ya que insiste:
Boris Vian (todo lo que escribió es maravilloso. Escupiré sobre vuestra tumba y que se mueran los feos son dos ejemplos)
Chester Himes. Además de escribir era negro, pobre y creo que estuvo en la cárcel. Pinta uçna realidad del otro lado. más violento que los clásicos pero inolvidable.
Ross Mac Donald. Bueno, aggiorna el estilo sin salirse de los límites
Jim Thompson (descendiente de indios) puede ser cruel
-Ceryle: James Ellroy, otro nombre para investigar.
Poe, claro. Fui bastante fanática en una época, no lo tengo tan asociado con lo estrictamente policial, pero sin duda es un maestro.
-Warren: tranquilo, me queda claro que usted no tiene perfil de nabo, por lo tanto no es nabo, eso se olfatea enseguida.
Boris Vian me gusta mucho, sí. Esos dos no los leí. Me acuerdo de "La espuma de los días", donde aparecía Jean Sol Partre, Duke Ellington y elenco.
Los otros autores no los leí, gracias por la recomendación.
Desde que vi Seven, no volví a ver un policial que me gustara tanto o más. La pelicula tiene 11 años ya. Elijamos un buen policial anterior, por ejemplo El silencio de los inocentes: es de 1991. Dos películas en 15 años del nivel que uno espera que sean todas las peliculas policiales...
Bueno,ahora que lo pienso, buscando en la memoria se encuentran mas cosas, por ejemplo, si tuviera que elegir mi favorita personal en el rubro policial, podría ser Maldito Policia (bad luitenant) de Abel Ferrara, que es del 92...Fargo estaba buenísima tambien...bueno ta, pero se entiende que son pocas, igual.
Von, es cierto lo que decís, las buenas películas policiales son pocas.
Con los años es como que confirmás esa idea -que las buenas son efectivamente buenas- porque notás que se mantienen vigentes a pesar de todo.
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