Por ahora...
... fuera de servicio por reformas varias (en el blog, en la casa, en la cabeza...).
En construcción, digamos.
Volveré pronto.
Abrazo para todos.
Puro suceso
Qué decir que no se haya dicho ya en estas fechas.
Me gustó esta imagen del After Christmas, el cafecito humeante que podés tomarte con unos amigos porque sí nomás, al margen de la hora y de la temperatura ambiente.
Ya se sabe que son días de consumismo exacerbado, de mentiras piadosas (o impías), de películas sensibleras y de otros bardos.
Lo bueno de este ambiente es que salen a luz esas ganas desenfrenadas de reunirse, como si en lugar del año se terminara el mundo. De juntarse a tomar una donde quede una mesa libre. De darse algún regalito, aunque sea simbólico vía sms o Skype. De que llegue por correo una postal, porque hay gente que todavía elige postales de cartón, escribe en birome un saludo y las envía. Y vienen los cruces y descruces con los amigos porque nadie es muy organizado en esta parte del globo terráqueo, entonces un día tenés tres despedidas y otro ninguna.
Creo que todos rescatamos al menos una anécdota feliz (aunque sea remota) que se vincula a estas celebraciones diciembreras.
Sobre los cruces, las coincidencias, la libertad y las amarras, me quedó muy presente un texto de Haroldo Conti que mandó mi amiga L. hace unos días.
"... Todo sucede. La vida es más o menos un barco bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y va. ¿Por qué digo esto? Porque lo mejor de la vida se gasta en seguridades. En puertos, abrigos y fuertes amarras. Es un puro suceso, eso digo. ¿Eh, señor Mascaró? Por lo tanto conviene pasarla en celebraciones, livianito. Todo es una celebración..."
Haroldo Conti - Mascaró, el cazador americano
Imagen:
www.altools.net/Portals/0/images/ALTDTW-Christmas-2005-640x480.jpg
"Recuérdote"
Una flor para el Darno en el día de su aniversario.
Y otra para mi gran amigo L, que también nació un 15 de noviembre.
Quién sabe si no andarán festejando juntos en algún sitio azul y frondoso, "lejano aunque próximo", para seguir con la jerga de Sei Shonagon.
Los imagino fumándose un pucho, en una imagen emblemática como la de Albert Camus con su cigarrillo.
Eduardo Darnauchans
(1953 – 2007)
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Imagen: http://www.larepublica.com.uy/lr3/publicaciones/101/20070308/images/248572_0.gif
Etiquetas: música uruguaya
Por los trazos de Sei Shonagon
Por una serie simple de hechos encadenados llegué a las Notas de cabecera de Sei Shonagon. Volví a mirar un libro que leí hace años, hermosamente impreso en Italia: Japón. La tradición de la belleza de Nelly Delay. Allí recogían palabras de Shonagon.
En la corte imperial, esta mujer japonesa tomaba apuntes, escribía la poesía de los días comunes por el año 900.
Me gustó enseguida ese listado caprichoso de "cosas" de índole diversa. Así como suena: cosas. Lo perturbador, lo precioso, lo desagradable, lo conmovedor, lo patético; la idea de hacerse dueña de unas cuantas categorías arbitrarias.
Escribe Shonagon:
-Cosas que hacen nacer un dulce recuerdo del pasado
Las malvarrosas secas.
Un pequeño jirón de tela violeta o del color de la viña, que recuerde la confección de un vestido y que descubres en un libro donde había permanecido prensado.
Un día lluvioso, en el que te aburres, encuentras las cartas de un hombre amado antaño.
Una noche cuando la luna es clara.
-Cosas elegantes
En un bol de metal nuevo han puesto jarabe de liana con hielo picado.
La nieve caída sobre las flores de las glicinas y los ciruelos.Un hermoso bebé que come fresas.
-Cosas que están lejanas, aunque próximasLas fiestas en los alrededores de palacio.El camino que serpentea en la montaña de Kurama.El intervalo entre el último día del duodécimo mes y el primer día del año.
-Cosas que están cercanas, aunque alejadas
El Paraíso.
La ruta de un barco.
Las relaciones entre un hombre y una mujer.
(1)
Supongo que estas Notas serán lo mismo que el Libro de la Almohada publicado hace unos años.
Por lo que pude averiguar, Amalia Sato es autora -más de mil años después- de la primera traducción completa al castellano de El libro de la almohada, de Sei Shônagon (Makura no Sôshi, Adriana Hidalgo Editora, 2001). Hubo otro intento anterior de selección y traducción de J. L. Borges y María Kodama (2).
La almohada fue perdiendo plumas y agregando hilos, cambiando de funda. Como todo objeto mágico esta recopilación de curiosas enumeraciones se perdió por el año 1000. Así fue como copistas de versiones fragmentarias fueron añadiendo su impronta en los siglos que siguieron.
Mi amiga T. estuvo de visita en casa, hospedándose unos días. Compartir lo cotidiano de las horas fue lo mejor que nos pudo pasar. Cortar en tiras morrones rojos y tomarnos el ómnibus para llegar a la parte histórica de la ciudad puerto. Me regaló un cuaderno exquisito, con tapas rústicas y una ventana bordada con un pájaro y una flor. En un primer momento me inhibió un poco el compromiso de dotar al cuaderno de un contenido tan delicado y fino como el de su aspecto. Pero ya bajé la guardia. Entre las "cosas lejanas aunque próximas" pienso en las anotaciones de Shonagon. Quiero dejar un trazo de lo efímero, de aquello que por su propia definición no tiene aspiraciones de trascendencia.
(1) Sei Shonagon. Notas de cabecera. Citado en Delay, Nelly. Japón. La tradición de la belleza. Buenos Aires, Ed. BSA y Gallimard. 2000.
(2) http://www.revistaaxolotl.com.ar/otrassent19.htm
Ilustración: Shiika Shashinkyo: Sei Shonagon (Realistic Impressions of Poetry: Sei Shonagon)
http://web-japan.org/kidsweb/virtual/ukiyoe/images/6169.gif
De qué está hecho un ascensor
Era la hora pico de la mañana hogareña. Yo, apurándome para no llegar tarde al trabajo, cepillándome los dientes a toda velocidad, tratando de convencerme frente al espejo de que al fin y al cabo hay otras personas que también salen así, impunes, con cara de dormidos a la calle.
Mi hija terminando de vestirse para ir la escuela. Las dos atareadas en el baño, ella peinándose. Y ahí me zampó la pregunta sin preámbulos, algo así como a las 8 y diez a.m.: ¿De qué está hecho un ascensor?
Bueno... pregunta difícil si las hay... Para salir del paso, más que contestarle de qué estaba hecho un ascensor atiné a escaparme por la tangente diciéndole qué materiales tenía un ascensor. El de acá, el del edificio, tiene hierro, metal, mármol en el piso, plástico en los botones que indican los pisos (es viejo el ascensor este...). ¿Qué es hierro? Algo duro, un metal duro. Ah. Pero, ¿de qué está hecho, qué más tiene? A esa altura yo ya había largado el cepillo dental en la pileta y casi le derivo la pregunta a su papá; aun así estuve dispuesta a defender mi honor y no hice la transferencia fácil. Le hablé de cadenas, de mecanismos que hacían que subiera y bajara, de las puertas de metal, de la ventanita rectangular de vidrio que tenía para poder ver de adentro hacia fuera y viceversa. Pareció satisfecha, o al menos no siguió con las preguntas complicadas; eso ya es bastante.
Fui yo la que no quedé satisfecha. ¿Qué carajo es un ascensor? Han intentado humanizarlos, desenfriarlos y el resultado es nefasto. Me causan mucha gracia esos ascensores que hablan con voz importada y solemne: “Este ascensor baja”. Sí, ya sé que baja... Es terrible. Un enlatado soso que hasta mete miedo.
Cuando era chica tenía una amiga que vivía en el mismo edificio que yo, en el piso 9. Si venía alguien en el ascensor, en una de las cuatrocientas bajadas y subidas que hacíamos en el correr del mes, tratábamos de no subir. Subíamos si el micro viaje lo hacíamos solas. Nos tentábamos si había gente. Nunca supe bien por qué, nos matábamos de risa. Yo era peor que ella, me salían carcajadas sin motivo, que trataba de contener y casi nunca no lo lograba, obvio. Lo peor es que con mi hermana todavía me puede llegar a pasar esa tentación irresistible en un ascensor, ella trabaja en un piso 14... nada más ni nada menos. Empiezo yo y ella se contagia y después que se ríe me trata de boba. Uno de los posibles escapes es hablar, hablar, no parar de hablar de asuntos intrascendentes como si te fuera la vida en eso. Muchos hacen esto en los ascensores, más las mujeres que los hombres, tampoco sé por qué. Despliegan –generalmente entre dos personas, no más- una conversación anodina con referencias incomprensibles para todo aquel que no sea ellos.
Otra cosa que siempre me intrigó del vínculo efímero que se establece en un ascensor es la gente que te dice “gracias” cuando se baja. ¿Gracias por qué? ¿Por la compañía? ¿Por apretar el botón del piso adonde iba? (A veces ni siquiera hiciste eso y te lo dicen igual).
Queda claro que siempre hay una especie de incomodidad en unos instantes que parecen eternos. Subyace la sensación de que es un trance y que entonces debe pasar cuanto antes. Como un pinchazo.
Claro, está también el lado erótico de los ascensores, explotado hasta el cansancio en películas, libros y comerciales. El manoseo desenfrenado en un cubículo. Bueno, todo un tema que quedará para otro post.
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"De vuelta a la cuadrilla"
Así traducían en la radio el título de una canción de The Pretenders, Back on the chain gang.
Me ha venido a la cabeza en los últimos días, hoy sobre todo. Buscando en el Google me enteré que pertenece al álbum Learning to Crawl (1984). Hubiera jurado que era posterior. Me acuerdo de la vocalista y guitarrista de The Pretenders, Chrissie Hynde – además de parecerme talentosa siempre me cayó bien– con su peculiar maquillaje de línea recta negra en los párpados. El cerquillo oscuro y una sonrisa franca. Me gusta esa canción, me trae recuerdos lindos de una etapa divertida, en la que íbamos al liceo, usábamos camperas de jean y guantes con las puntas recortadas. Ir a la peluquería era un mal necesario que enfrentábamos poquísimas veces. Si la estilista (como se autodenominan ahora) tenía la maldita idea de peinarte, de arreglarte un poco las mechas, era obligación llegar a tu casa y mojarte el pelo para volver al "wild look". Hoy hay adolescentes que pagan fortunas por tener el pelo lacio todos los días, por hacerse un brushing, un cambio de color, en fin. Es otra línea, no ya la del delineador de Chrissie Hynde.
Colgadísima con el video de Back on the chain gang que encontré en You Tube le mandé un sms a un amigo. Se reía (él también pasa los treinta...) y me prohibía mencionar a la banda porque decía que delataba nuestra edad. Nacimos el mismo año, con apenas unas horas de diferencia aunque en días distintos; no hay cómo mentirnos con la fecha de nacimiento.
Back on the chain gang podría ser en español "de vuelta a la cuadrilla de presos", a la banda de la cárcel, algo así. De la letra no me acordaba mucho, el I found a picture of you... del principio y poco más. Otra vez me asistió Google: …now we're back in the fight… we're back on the train.
Bueno, lejos de querer hacer psicología barata, todo esto venía para expresar que tengo un trabajo nuevo. Es decir, formal en cierto modo, con horario (que por suerte finaliza a las 5 de la tarde). Empecé hace menos de un mes. Estoy contenta, fui seleccionada entre montones de personas, lo que me valió unas cuantas felicitaciones y varios "te lo merecés".
Anduve a mil con el laburo nuevo y con otros asuntos, eso fue lo que me mantuvo alejada de los blogs, de las lecturas, de esta mega chain gang que tanto quiero... Así es, de vuelta en la pelea, en el tren, Chrissie. Quién sabe cuánto tiempo me quedaré en este puesto, eso no me preocupa ahora. Era lo que estaba precisando.
Tengo que editarla pronto
Lo soñé hace unos días. Desde entonces lo recuerdo de tanto en tanto; esto que sucedió no se ha desinstalado de mi disco duro, o será que yo no quiero desinstalarlo.
Medio de apuro surgía la oportunidad de entrevistar a alguien. Medio de improviso resultaba ser yo la elegida para realizar esa entrevista. Cosa que me encanta, adoro hacer entrevistas. Lo disfruto a full, y he tenido la suerte de practicarlas con personas vinculadas a lo artístico. El candidato resultaba ser nada menos que Woody Allen. Ante la urgencia del "andá vos", evidentemente yo decía que sí: era una de esas experiencias que se presentan una vez por vida.
No tenía nada preparado, obvio. En cuestión de minutos iba a tener que abordar a este personaje con lo puesto, con lo que sabía de él como espectadora cinematográfica y admiradora. Digamos que al encuentro me llevaba a mí y a una bendita birome. [ Es difícil que yo ande sin una birome. Eso me quedó de una anécdota que cuenta Paul Auster en El cuaderno rojo. Siendo niño, sale con su padre y se encuentran con una superestrella del baseball. Piensa en pedirle un autógrafo a su ídolo y es entonces cuando se dan cuenta de que ninguno tiene lapicera. Se quedan sin la firma. Gran frustración y gran moraleja. A partir de que leí eso incorporé la enseñanza. Lo gracioso es que dos por tres encuentro biromes por ahí, en los rincones menos pensados de las habitaciones, caminando por la vereda, olvidadas en los muros. ]
Nos poníamos a hablar el señor Woody Allen y yo, pura improvisación la charla, yo sin pensar demasiado en cómo diablos iba a hacer para editar aquello más tarde, eso era un capítulo aparte.
No llevaba ni un miserable block. Sacaba algunos apuntes en servilletas y otros en unos pedazos de papel que podían ser, por ejemplo, los tickets del supermercado. Conversábamos en un cine. Era temprano, quizás las primeras horas de la tarde, no proyectaban nada todavía. Él me contaba algo sobre un viaje, no recuerdo bien qué. Me acuerdo que nos reímos juntos de algo que sucedió en ese momento, en una especie de complicidad de viejos amigos que me fascinó.
Yo salía de la entrevista con una sensación confusa pero estaba radiante. Me seguía riendo sola. ¡Quién te quita lo bailado! me dijo una amiga cuando le conté el sueño. Tiene razón.
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Etiquetas: Cinerama