jueves, marzo 29, 2007

Pasión prehistórica


Un dinosaurio anduvo en skate. Sucedió hoy, en casa. Probamos con un triceratops pero era demasiado grande para el skate. (Que en realidad es un llavero con un skate.) El que mantuvo mejor el equilibrio sobre ruedas fue un diplodoco en miniatura. Un diplodoco manso con un cuello desmesuradamente largo, de diplodoco.

A mi hijo le fascinan los dinosaurios. Yo no dejo de sorprenderme y admirarme por esta pasión en alguien que no ha cumplido aún los tres años.

Estos bichos prehistóricos comen galletas dulces y toman leche vitaminizada. Los hay malos y buenos. A veces se pelean entre ellos. Sobre todo el tiranosaurio rex, que tiene brazos medio cortos, como para dar piñas, y es “agresivo”. Algunos viajan en lancha o en jeep, otros se duermen a cualquier hora en el sofá del living.

Uno de los libros que más recuerdo de mi infancia fue uno que me trajo mi abuelo de Francia: Les animaux disparus. Era un libro de tapa dura, con un tigre diente de sable y no sé qué más -no sé quién más- en la cubierta. Yo estaba encantadísima, aunque también todo aquel mundo me asustaba un poco, eran medio sangrientos los dibujos y el texto crudamente realista, sin concesiones. Nada de animales bobos que enseñan reglas de buen comportamiento social, tipo Barney. De esos que se llevan los chupetes de los niños, las mamaderas y otros objetos semejantes. Los cómplices de madres y padres, dueños de discursos asquerosamente conformistas, vestidos con trajes de esponja en colores inverosímiles. Me niego, no voy a comulgar con eso, no tuve más remedio que soportar a Barney un tiempito pero por suerte mis vástagos ya pasaron por esa etapa.

Claro que mi libro me lo regalaron mucho antes de que Spielberg estrenara Jurassic Park. Ahora empecé a revivir este interés por los animales prehistóricos en otra etapa de mi vida. La abuela le regaló a su nieto un libro sobre dinosaurios. Y con la excusa de explicarle al nene cómo son estos bichejos porque él no lee todavía, me lo leí yo de cabo a rabo. A él le resulta muy gracioso que la caca de dinosaurio con el tiempo se haya convertido en piedra, y que gracias a eso uno pueda saber qué comían estos animales. Dibuja en hojas blancas unos círculos enormes que abarcan casi todo el espacio: son huevos de dinosaurio. Me dolió decirle que ya no existían más, que nunca iba a ver a ninguno en vivo, que no convivían en lugares salvajes con otros animales feroces, como los tigres y los leones. Esto a él no pareció afectarle demasiado.

Los dinosaurios que están en casa viven en un recipiente redondo donde venían cinco litros de helado de dulce de leche, chocolate y sambayón, con su correspondiente tapa y manijita para trasladar. Los acompaña una tortuga que parece de verdad, justamente uno de los dinosaurios tiene una especie de caparazón de tortuga en el lomo. Algunos los traje de Buenos Aires (fue lo que me pidió mi hijo que le trajera). Vienen con un huevo amarillo que se abre al medio y con un cartón instructivo donde figura el nombre de cada uno al lado del dibujo. Los fines de semana siempre nace algún bebé dinosaurio, a veces son nacimientos múltiples, y salen del huevo ejemplares de especies diferentes. Puede que se traicione la verdad histórica, no todos estos animales convivieron en una misma época. En definitiva, qué importa eso.




Imagen: qatar.net.qa/gulfsoft/images/Triceratop.gif

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lunes, marzo 19, 2007

Tiempos políglotas

Fines de la Edad Media, comienzos del Renacimiento. Un hombre se pasea por las calles de París, o de Amberes. Imaginemos un mercado popular, donde se venden y compran cosas a las diez de la mañana. Unos cuantos están hablando en francés y otros muchos no. Parece ser que en ciudades como estas en aquellos tiempos debían escucharse más lenguas que las que se escuchan hoy en Nueva York. Y no sólo por estar habitadas por personas de distinta nacionalidad. Había un público políglota.

Lenguas doctas, lenguas nacionales, lenguas regionales, dialectos. Léonard Forster mostró que los poetas medioevales eran a menudo plurilingües. No era raro entonces que los escritores tradujeran ellos mismos sus propias obras a más de un idioma. En un medio como ese, la escritura tendía a estar al menos parcialmente integrada por más de una lengua. Era un medio políglota, de una forma distinta a como concebimos en la actualidad a este fenómeno.

Ese hombre que se pasea por las calles de Amberes es un hombre culto de treinta años. Supongamos que conoce la regla del Medioevo mediante la cual se asigna a ciertos géneros poéticos ciertas lenguas. Que sabe que a los trovadores del norte de Italia les toca, entre el siglo XIII y el XV, a la poesía lírica el provenzal y a la épica el francés. Leyó que Milton escribió sus únicos poemas de amor en italiano porque "questa è lingua di cui si vanta Amore", por más que la dama a la que estaban destinados los versos manejara también el inglés.

Contemporáneo a nuestro caminante de Amberes es el poeta holandés Pieter Cornelisz Hooft. El poeta está triste porque acaba de morir la mujer a la que ama. Le compone una serie de epitafios. Primero en holandés, luego en latín, luego en francés, otra vez en latín, después en italiano y más tarde de nuevo en holandés. Pasa por una serie de idiomas, toma como punto de partida y de llegada su lengua materna; como si el tránsito por la fonética de otros países le permitiera acercarse a la expresión exacta de sus sentimientos.

Hooft ya expresó su dolor y está más tranquilo. El paseante de que hablábamos se dirige ahora a la zona portuaria. Quiere olvidarse un poco de la cultura y ver si puede concretar algún negocio aprovechando el contacto con los barcos que acaban de llegar a su ciudad. Quién sabe, tal vez conozca allí a alguna bella señorita; ellos no tienen problemas para hacerse entender las primeras palabras.



Texto basado en ideas tomadas de:
-Berman, Antoine. L'épreuve de l'étranger. Culture et traduction dans l'Allemagne romantique. Paris, Gallimard. 1984. p.13.



Imagen: tocomocho.net/images/49.jpg

jueves, marzo 08, 2007

La lluvia cayó; silencio y música


Se nos fue Eduardo Darnauchans, el Darno, esta madrugada húmeda que dice ser 7 de marzo.

Me enteré medio tarde de la noticia, enfrascada como estaba en otros asuntos. Tenía que llover, que caer alguna gota en este día, eso era seguro.

Le falló el corazón a los 53 años, ya estaba muy mal por varios motivos. En febrero se fue Patricia, su esposa. Una flecha que se clavó en el ala del ángel azul. El ángel azul: su último disco, el primero original en estudio en quince años.

Me duele. No sé bien qué, no sé bien dónde, pero me duele. Es imposible estar preparada para el final, para un final propio o de alguien que nos importa. Tampoco estamos del todo preparados para los comienzos.

Creo que ya sé qué me duele. Me duelen distintos dolores. Uno grande en este momento es la mordaza que le pusieron al Darno durante la dictadura militar uruguaya, sin dejarlo cantar en público por más de diez años. Justamente hoy leía un comentario de Jean Grenier sobre Albert Camus. Dice que el lenguaje fue para Camus una conquista: un tío casi mudo, una madre que no hablaba, una abuela que decía sólo lo necesario... Que Albert Camus quiso hablar por ellos, dice Grenier. Que la lectura y los estudios fueron para él una revolución. Que tuvo por el lenguaje el respeto y el amor debidos a lo sagrado. Al Darno, cultor refinado del lenguaje poético, lo callaron (no fue el único) y volvió a cantar después lo que tuvo para decir y acaso lo que había tenido que callarse. De alguna forma me parece que –como Camus- habló por otros, por nosotros. Fuimos muchos los que estuvimos callados. Él se metió en los temas que nos interesan con sensibilidad genuina.

Me gustó esta foto suya que encontré en Google. Por lo que decía la leyenda se la tomaron en el bar Outes. Me acuerdo que yo trabajaba cerca de allí y veía al Outes fuera de órbita, de día no pegaba. Ya a la salida del trabajo era distinto. Toda una ironía: en la foto es el Darno el que pide silencio. Se ha ganado sobradamente el derecho de que hoy muchos de nosotros nos tomemos un minuto para no hablar, para no encender la hornalla de la cocina, para no imprimir un informe, para no someternos al chillido del fax ni a los tres pitidos del microondas. Un minuto para no hacer otra cosa que pensar en sus canciones. Estoy segura de que se van seguir escuchando por ahí, de que las vamos a seguir escuchando, aun en cassette si fuera necesario. Se me hace un nudo al acordarme de todo esto, ese nudo me lleva a El nudo desatado, una de sus canciones. Y sigo. Desatar este nudo, siguiendo tu línea, Darno, sería recordar, como vos mismo decís "recuérdame... mi mejor vez".



P.D. En noviembre del año pasado escribí un post que titulé Vimos al ángel azul. Puede leerse más abajo. Agradezco los comentarios recibidos en el momento en que lo redacté y los que llegaron en días más recientes.
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Eduardo Darnauchans (1954 – 2007)

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