miércoles, agosto 23, 2006

Los días cambian de lugar


"... moi pressé de trouver le lieu et la formule." *
A.R.


Siempre se quería ir. Un místico en estado salvaje. Sentía la tentación de escapar. De escapar a ese malentendido mayúsculo, a las facilidades burguesas. A las voces que le exigían. A su propia voz. La primer gran fuga fue antes de cumplir los diecisiete años: se fue a París.

"Arthur Rimbaud: viaje y poesía", así se llamaba la conferencia. La poesía es un viaje, pensé. Rimbaud + viaje + poesía = unidad inseparable.

Alain Borer, el conferencista, comentó que había encontrado veintiocho nombres de lugares en una carta que Arthur el hermoso, el de los ojos claros, le había escrito a su madre, Vitalie Cuif. A la madre intransigente le tocó un hijo que había decidido echarse a andar; irreverente, tierno y maleducado. No había vuelta atrás. La diversidad de lugares iba a marcar su vida.

El prófugo tempestuoso conquistó a Paul Verlaine. Fueron juntos a Inglaterra y a Bélgica. Los movimientos se sucedían, los traslados. Los días cambiaban de lugar. Aun así había algo fuera de cuestión: la búsqueda es una experiencia individual.
No es la evasión en sí misma lo que seduce, es el desplazamiento valiente que necesita encontrar algo. Y lo que seduce es –como dice Baudrillard- lo ajeno, lo prohibido, lo interdicto. Qué puede seguir siendo ajeno a un joven que ha pasado una temporada en el infierno, Une saison en Enfer...

"La poesía no es un campo literario, es un modo de pensar", dijo Borer. Como existe la forma de pensar deductiva, por ejemplo, existe la forma de pensar poética, agregó. Este místico en estado salvaje, como definiera Paul Claudel a Rimbaud, no hacía poesía, pensaba en poesía. Un día colgó las letras, renunció a la literatura; no sé si a su forma de pensar poética.

Hacer una revolución en las letras antes de cumplir los veinte tuvo costos altísimos para el creador de l'alchimie du verbe. Europa le quedó chica. Le quedaban todavía muchas inquietudes, asuntos trascendentes sin resolver. Una exigencia peligrosa y fina como la hoja de un cuchillo lo llevó a cambiar de continente, a explorar. Se fue hasta África. La fuerza interna lo llevó caminar 100.000 kilómetros. Esto último lo contó Borer. Estudió mucho a Rimbaud y a su obra, publicó varios libros, al punto que decidió hacer el mismo viaje que el poeta. Confesó que de haber hecho el mismo viaje, no hubiera sobrevivido.

Rimbaud llegó hasta Abisinia. Hoy Abisinia es Etiopía. Quiso traficar marfil allí, pero eso no es lo más importante. Busqué "abisinio" en Google – Imágenes y aparecen gatos abisinios y otros animales. Parece ser que hay un tipo abisinio en la escala animal. Justo, el gato abisinio se define como de cabeza triangular, pelo salvaje y cuerpo esbelto. De un exotismo elegante, da miedo.
(Mi padrino hablaba de los abisinios cuando yo era niña. Los iban a comprar a una panadería especial. Por años, un abisinio para mí era un bizcochito de chocolate.)

Borer nos dejó lo que él llamó "trésors" rimbaldianos, o rimbadianos, o rimbodianos, como se diga. "... moi pressé de trouver le lieu et la formule", eso dice el poeta en Vagabonds (Les illuminations). Ahí está una de las claves de sus desplazamientos continuos: la imperiosa urgencia por encontrar el qué, el dónde y el cómo.

Los viajes en el siglo XIX eran verdaderas peregrinaciones: desgastes físicos despiadados para lograr recompensas emocionales. Se hizo una observación interesante en la conferencia. Frente a esa exigencia corporal, a las penurias de los viajes en otros tiempos, hoy viajamos sentados. Ya sea en coche, en ómnibus, en avión o en barco. Nos vamos a la cómoda, hay que pagar pero no con la sangre. Tampoco el viajero común se aventura a conocer sitios inusitados, remotos; vayamos cerquita, aquí nomás. Bien lo dijo Borer, hoy no se sobrevive al viaje de Rimbaud. Trato pero no puedo encontrar un equivalente a esa proeza en el año 2006. Los viajes vía Internet también son quietos, apoltronados en casas, lugares de trabajo o ciber cafés. Tomando un café, bebidas con gas analcohólicas, comiendo la barra de cereal que suple el almuerzo calórico.

"... moi pressé de trouver le lieu et la formule." Quizás no estemos tan urgidos. Cuando los días cambian de lugar, cuando se viven en otro sitio que no es el habitual, los engranajes se mueven hasta acomodarse de otra forma. Tanto cambio de engranaje va a terminar por cambiarle la cara interior a la máquina, por hacerla otra. Y eso es bueno, estoy segura.
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"... yo urgido por encontrar el lugar y la fórmula."
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Conferencia: Alain Borer - "Arthur Rimbaud: viaje y poesía".
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Agosto, 2006.

domingo, agosto 06, 2006

Muy azul, casi violeta


Estuvo crudo. El miércoles pasado estuvo crudo en esta ciudad. Porque no recuerdo haber pasado frío mayor. Aunque quizás sí, una vez, hace algunos años, cuando Augusto y yo nos fuimos con unos amigos a conocer una montaña andina. Pero aun así, la sensación térmica del otro día para mí fue peor, infinitamente peor.

Estuve trabajando unas cuantas horas frente al monitor con unos papeles, sola, muy concentrada. Me resulta curioso por momentos pensar en la capacidad de concentración que puedo llegar a lograr y por otro lado ser tan dispersa. El otro día me despegué, horadé la pantalla de la computadora y llegué hasta África. Lo primero que había hecho al llegar había sido prender la estufa, una compañía más simbólica que real porque la garrafa ya era un "dead man walking", estaba en las últimas. Me preparé café instantáneo para paliar un poco el frío. No me convence mucho el café instantáneo, a mi estómago tampoco, pero era lo que había. Me pasa lo que tantas veces: pienso en el tema que estoy trabajando, escribo, me olvido del café y cuando le doy un sorbo está irremediablemente frío. La solución fue echarle agua caliente del termo para desenfriarlo hasta lo tolerable, hasta que se convirtiera en una sopa sucia, en un gazpacho sucio.

Ahora, domingo de mañana, me acuerdo de un libro que leí hace poco, Je m'en vais, de Jean Echenoz (Me voy en Anagrama) que fue disparador de otro post, Los osos polares son zurdos. Será porque una parte de la novela está ambientada en el Polo Norte. Quién sabe.
Me gusta subrayar los libros con lápiz y a veces hacer algún apunte arriba o a los márgenes. "Mientras cenábamos, Angoutretok le enseñó a Ferrer algunas de las ciento cincuenta palabras que hacen referencia a la nieve en idioma iglulik...", escribe en la página 63.
Me encuentro con una nota mía en el libro, en otra hoja: "El frío es también soledad".

Bajar a prepararme café el miércoles era una forma de contacto humano. Estaba helado también abajo. Lo bueno es que éramos varios compartiendo el iglú. Ya sobre el final de la tarde, bajé por última vez. Me puse a conversar, una de mis prácticas favoritas. Al cabo de unos segundos noté que me temblequeaba un poco la voz, y no era emoción, lo juro. Del café pasamos al té y las galletas rellenas.

Me puse la campera, la bufanda, tomé coraje y salí rauda rumbo a casa. Pasados un par de minutos me di cuenta de que tenía que pasar por el ciber café. Alguien había mandado un mail muy pesado y como no tengo acceso a banda ancha en este momento no me queda otra que el ciber. (Hay un ciber que se llama Ciberia, así con C...). Me queda de paso el ciber pero es un alto antes de llegar al home-sweet-home.
Pasé por una peluquería muy particular. Me tomé el trabajo de observarla. Parece sacada de una película vieja de Almodóvar. Está decorada con discos de vinilo colgados del techo. Las paredes pintadas de blanco, con círculos rojos de unos treinta centímetros de diámetro que siguen un patrón muy definido. Los sillones con un tapizado blanco y negro, tipo cebra. Hay un pibe cortándose el pelo; lo veo y pienso que hoy cortarme el pelo sería de lo último que se me ocurriría hacer. No, no, ni siquiera un par de centímetros.

Camino como una desaforada, casi sin darme cuenta de eso. Quiero llegar. Estoy enfundada en la bufanda y la campera, creo que sólo se me ven los ojos y parte de la nariz. El frío me hace agarrar velocidad y yo arremeto. Pasa un tipo, me mira y sigue de largo. No sé qué quiere, no me doy cuenta. Pienso que si lo que quiere es una mujer, hoy es el día, son pocas las que van a decirle que no con esta temperatura cruel. La temperatura baja, las exigencias bajan...

Entoy en la puerta del ciber. Entro. Pido una máquina. Me siento. Reviso el mail. Es un mensaje de una amiga, acaba de tener su quinto varón. Las fotos pesan más de 3000 kb, de ahí el problema. Edito el mensaje y me lo reenvío a mí misma, en un plan un poco esquizoide. Ya en casa le contestaré con más tranquilidad. Cierro la sesión. Me levanto de la silla. Pago. Me voy sin pensar mucho que me toca la calle gélida otra vez.

Me quedan dos o tres cuadras. Acabo de acordarme que la heladera es un páramo. Por suerte existe el freezer. Voy a descongelar unas lentejas, es lo más indicado en días como estos.

Llego por fin a la puerta del edificio. El portero me dice que se ha roto la calefacción, que por lo menos hasta el día siguiente no la van a arreglar. Yo pienso que al final no estaba tan mal la garrafa moribunda; en el apartamento no tenemos ni una estufita a cuarzo. Confiemos en las lentejas, no nos pueden defraudar.