miércoles, marzo 29, 2006

Era uno



Le pidieron a Elena que corriera el auto. Ella apagó el cigarrillo que ya estaba terminando de fumar en la vereda. Fue a buscar las llaves, abrió la puerta del auto, se subió y lo estacionó más a la derecha de donde estaba. Iban a cortar un árbol. “Porque crece sobre la calle”.
Esa fue la explicación que le dieron a Elena. La que yo escuché, medio perdida en los aires de marzo, tratando de disfrutar el sol de la mañana. Me acordé enseguida de Federico. De Federico García Lorca cuando dice:

Cortaron tres árboles

A Ernesto Halffter

Eran tres.
(Vino el día con sus hachas.)
Eran dos. (Alas rastreras de plata.)
Era uno.
Era ninguno.
(Se quedó desnuda el agua.)

En menos de dos minutos se empezó a oír el sonido de la motosierra. Los intervalos duraban segundos. Seguía la motosierra, seguía.
El sonido se convirtió muy pronto en ruido. Yo no quería mirar. Caminaba nerviosa en la casa, por esto y por otras cosas. Fui a prepararme café y cuando empecé a tomarlo, sin querer, bajé la guardia, miré y vi decenas de ramas en el piso. El café era instantáneo y estaba feo.
No sé qué árbol es. Entiendo muy poco de botánica pero me gustaría saber más del tema, quizás algún día aprenda. Este árbol tiene un tronco grueso y parece tener muchos años. Las hojas son de un verde fresco, no habían sido tomadas por el otoño, no sé tampoco si alguna vez ese tipo de hojas llega a secarse; si son “perennes” y no “caducas”, como nos enseñaban en la escuela. Hay varios árboles así en la zona. Yo nunca había reparado mucho en este árbol en particular, tampoco en otro de sus vecinos árboles, aparentemente de la misma especie.
Yo me crié en este barrio. Eran tres. Eran dos. Era uno. Otra vez me venía Lorca a la cabeza, no me lo podía despegar. No me sentía con ganas de comentar esas palabras con nadie. Me las guardé. Eran como olas que llegaban, rompían en la costa, después otra ola más y así sucesivamente.
La motosierra me taladraba los oídos. Había muy poco descanso entre que la hacían funcionar y la apagaban. En la casa, Elena armaba un collage con pedacitos de vidrio. Ya estaban cortados y preparados para convertirse en cuencos. Faltaba darles color y mandarlos al horno. Los cortavidrios y la regla estaban sobre la mesa. Augusto hablaba por teléfono y anotaba cosas con drypen en un resto de papel blanco.
Cayeron las ramas finas y las gruesas, casi todas las hojas del árbol. Pensé en llevarme algunas hojas y ponerlas en casa, armar un arreglo y colocarlo en un florero. Lo deseché de inmediato. Me pareció horrible aprovecharse de un muerto, de un casi muerto, de un “dead man walking”. También podía haberse tomado como un acto de piedad, pero en el momento no lo vi así.
Uno de los hombres que estaba ayudando a cortar el árbol pidió permiso, entró y saludó con cortesía. Pidió agua caliente para el mate. Cómo no. Era uno. Era ninguno. Nos dio el termo. Pusimos a calentar el agua. Creo que este hombre tenía puesto un buzo rojo. Me acuerdo que lo miré de cerca y le hablé, mantuve un mínimo diálogo con él, aunque no recuerdo una sola palabra de lo que me dijo o le dije. Se fue.
Un minuto después entró de vuelta, a decir que dejaran nomás lo del agua, que gracias, pero que estaban muy apurados. Ya estaba casi pronta el agua, le dijo Augusto. Salí a la vereda. Ya no escuchaba más el ruido infernal de la motosierra. El árbol seguía ahí, con el tronco diagonal de toda la vida. Formulé la pregunta obvia. Me contestaron que lo iban a dejar así, no precisaban cortarlo de raíz como a su vecino. Estaba mutilado, con lamparones blancos por todos lados y desvestido, casi sin ramas ni hojas. Pero estaba. No quise preguntar si esa decisión era “cosa juzgada”, si cabía la posibilidad de que esta u otra gente reapareciera en pocos días con la intención de arrancarlo de cuajo. Me puse contenta.
Llevé la taza de café a la cocina. La dejé en la pileta. Pensé que ya era hora de volver a casa, ya eran más de las 12, se acercaba la hora en que los niños entran a la escuela. En pocos minutos almorzaríamos. Repasé mentalmente qué era lo que había en la heladera, para tener en cuenta qué estaba pronto comer y qué tenía que calentar en el micro.



Ilustración: dibujo de F. García Lorca.

sábado, marzo 25, 2006

CALLE DE RIO



Lo que sigue está inspirado en un comentario que me hicieron al Post Metáforas cotidianas de comensales (15 de marzo de 2006).
Es una versión libre de algo, no sé bien de qué.
Me dieron un insumo (para usar una palabra de moda) que era como un cabello de ángel.
Fue el puntapié inicial, con la piedra que me pasaron armé un murito.




CALLE DE RIO


Para YC
que me regaló la semilla
de estos versos.




Encallé
Hubo cien días de corona
una cueva verde
biblioteca salina
y esquinas de corolas.

Espigas de mar resuelto
de río revuelto
de pobrerío descalzo
de pobre río descanso.
Descanso
En un cordón
de vereda.
Se queda
el río sin su tinaja
-remeda un susurro.
La siesta al sol
en el borde de la calle
desborde
de río sediento
Presiento en la tarde
una sombra
que nombra
lo que nadie dijo.
El río salobre
le murmura al pobre
de plato cariado
de dedo llagado
su cesta ballesta.
Martín de la Cuesta
se muestra
me dice seguro
que estaba en esta.
Abre la mano
respira trombones
Se calla
Me callo.

miércoles, marzo 22, 2006

Larga vida a la poesía


-Una hoja de otoño en el preciso instante en que se desprende del árbol.
-Las fritangas que aparecen en los libros de Gabriel García Márquez.
-Remedios la bella y Mauricio Babilonia.
-Una orquídea.
-Una flor fea y desgarbada que se abre paso entre los juncos.
-Dos azulejos partidos que quedaron en la playa.
-Un vaso de vino tinto apoyado sobre un mantel de tela vasca.
-Lo que no dice Buster Keaton cuando mira la cámara.
-El sorbo de agua del ciclista.
-El remiendo de la sábana de abajo.

¿Poesía?

Del griego poiesis, creación, poesía.

Ayer 21 de marzo (hace exactamente dos minutos que terminó el día de ayer) fue el Día Internacional de la Poesía. Este homenaje fue proclamado por la Conferencia General de la Unesco y se celebró por primera vez en el 2000, hace ya seis años.

En el discurso inaugural de la quinta celebración del Día Internacional de la Poesía, el Director General de la Unesco hizo referencia a que este día podría ayudar a construir una relación vital entre la memoria del pasado y la invención de nuevas posibilidades.

La poesía vive y late. Aparece de improviso en una grieta y lame los pies de los perros. Es lo que nunca se toca. Y si embargo apela a todos los sentidos y a sus sensaciones, es sensual y generosa. Lo que se comprende y se siente pero es inútil explicar. Una vez le preguntaron a Isadora Duncan qué sentía cuando bailaba. Y ella contestó que si pudiera explicarlo no tendría sentido que lo bailase.

- Libertad – La poesía es una expresión pura de libertad. Desafía las estructuras del lenguaje, anima la invención de palabras. En teoría se puede todo. Sin ataduras, cinturones, zapatos acordonados ni corsés.

- Juego – El juego está en leer, decir, dibujar, escribir y vivir poesía. En intentar traducirla, mal, bien o como se pueda. Si no es divertido no vale. Ya Francisco de Quevedo se había dado cuenta de eso cuando escribía “érase un hombre a una nariz pegado” y seguía con el reloj de sol mal encarado, la pirámide de Egipto y todo lo demás.
Oliverio Girondo también lo sabía. Tiene versos que son para matarse de risa. Ya que mencionamos las narices: “una nariz que sacaría el primer premio en un concurso de zanahorias”.
Es cierto que también desperdicia papel la poesía: utiliza sólo parte del renglón. Más de un editor habrá quedado furioso con este derroche.

- Autenticidad – Una de las claves está en ser auténtico. Estoy convencida de que sin autenticidad no hay verdadera poesía. Se nota cuando el sentimiento es impostado. Como el amor y la tos, lo artificial en la poesía se nota, no se puede disimular. Con adquirir una técnica más o menos decente no alcanza.

- Respuesta – A mí la poesía me ha servido como respuesta a muchos asuntos. Formularse una pregunta y abrir un libro para ver qué aconseja el poeta. Tiene poder en tiempos de adversidad, es un apoyo sólido y disponible a cualquier hora del día o de la noche. Reconforta como una colcha de crochet tejida por una abuela. O un vasito de vodka o de otra bebida espirituosa que queme un poco por dentro.

Con el vasito de lo que tengo (no siempre coincide lo que se tiene con lo que se tiene ganas de tomar) hago y propongo un brindis por la poesía que tantas lágrimas y alegrías da.


En el juego de la libertad auténtica están las respuestas.



Foto: barahona.org/pinilla

miércoles, marzo 15, 2006

Metáforas cotidianas de comensales


Me gusta preparar arrollado de atún. Utilizo la masa dulzona y lo relleno con atún, cebollita, mayonesa y aceite de oliva. Por fuera lo revisto de mayonesa y corto a lo largo unas cuantas aceitunas descarozadas tratando de ser generosa para que toda rodaja tenga su correspondiente pedacito de aceituna. Uno de estos días en que presenté en la mesa mi arrollado recibí un comentario nuevo. Mi hija me dijo que las aceitunas eran puentes.
Otro día hice una tarta de puerros. Con el toquecito de la panceta, por supuesto. Corté aritos de medio centímetro de espesor y los tiré en un poco de aceite para que se doraran antes de ingresar al horno con el resto de la preparación. Anillos, los puerros parecían anillos, me comentó mi hija, prontos para colocarse en dedos.
De vez en cuando preparamos polenta. El abuelo de mis hijos nació y vivió unos cuantos años en el Piamonte. Cuenta que en la casa de sus abuelos se servía la polenta en cuencos, más exactamente en agujeros horadados en la propia mesa de madera. Dice que la acompañaban con pajaritos. (¿Se acuerdan del Quijote, que comía “algún palomino por añadidura los domingos”?) Yo la sirvo sola, sin aves de ningún tipo, a lo sumo algún tuco. Con queso por encima para que se derrita en segundos. Ese día, como estaba caliente la polenta, le dije a mi hija que empezara a comerla por cucharaditas siguiendo la línea del borde que estaba menos caliente que el resto. Después de servirse unas cuantas cucharadas se rio y dijo que la polenta parecía una estrella.
Todo esto fue antes de que cumpliera los cuatro años. Quiero suponer que esta tendencia se va desarrollar en forma exponencial. Quizás su hermano se contagie de este gusto por metaforizar y comparar.
¿Quién no pensó que las nubes eran ovejas y la luna un queso? Esto no deja de tener también su lado comestible. Pensar en un cordero a las brasas. O en un espectacular queso redondo con su cara interior irregular, con formidables rastros de aire que alternan tímidamente con el sabor saladito y cremoso.
Con todo derecho uno puede cuestionarse para qué sirve todo esto.

Qué objeto tiene comparar a una aceituna con un puente, o viceversa. Pienso otra vez en algo comestible, deliciosamente rico, acaso una de las cosas más exquisitas que se hayan inventado: el chocolate. De ahí engancho con un intangible disfrutable: Charlie y la fábrica de chocolate, la película de Tim Burton. Hay un momento clave en que surge una interrogante: cuál es la finalidad de las golosinas. Charlie contesta que la finalidad es justamente esa, la no finalidad. No sirven para nada excepto para gozar de un placer efímero. Quizás en el hallazgo de metáforas y comparaciones en la vida cotidiana haya algo de eso: el mero placer de revelar relaciones entre objetos en escasos segundos.



P.D. Como habrán notado mi blog está estrenándose, no conozco bien las herramientas informáticas de que dispongo. Les agradezco a las amables personas que quieran hacer sus comentarios que por favor anoten a continuación su e-mail y su blog. Gracias.

viernes, marzo 10, 2006

Boomerang de papel


Alguien debe haber dicho que la vida es un boomerang. O en todo caso que en la vida hay boomerangs. No es una frase lo suficientemente original como para no haber sido dicha nunca antes. El boomerang. Nadie sabe bien qué es pero muchos sabemos qué hace: por su forma,
si es lanzado como es debido, tiene la cualidad de volver a su punto de origen. Y parece que puede estar hecho en materiales muy diversos: madera, cartón, fibra de carbono.
En definitiva, planteo todo esto para decir que algo volvió a mis manos. Quizás yo lo haya lanzado como se debe. En ese caso no fue intencional sino pura casualidad. Cierto, intervino otra mano: la mano de Augusto. Leyó en este blog Mi primer post y se re-indignó por el hurto.
La ira lo llevó a actuar: recorrer cuadras y cuadras de la ciudad (él dice que fueron como 25…) hasta hallar Si una noche de invierno un viajero, de Ítalo Calvino. Era una meta difícil, yo misma intenté encontrarlo por mucho tiempo y me resultó imposible, parece que ya no está en plaza. Pero el escorpión arremete hasta picar. Quería un ejemplar nuevo, no pudo ser; encontró uno usado en impecable estado: su ofrenda para mi onomástico. A mí me gustó que fuera usado,
no tengo muy claro por qué. Si hubiera sido el mío… Yo le había hecho anotaciones y subrayados
a lápiz, como hago siempre. Me siento un hereje rayando libros a drypen y birome, no puedo. Ahora que lo pienso ya sé por qué me gustó. Era un libro usado, tenía necesariamente una pequeña, acaso micro historia de pertenencias: al menos una persona lo había tenido como suyo. Y a su vez estaba virgen, sin una marquita en una sola de las hojas, apenas un grisecito en el pasar de las páginas, abajo, en la esquina.
Todavía no me he atrevido a leerlo, pasó de mis manos a mi mesa de luz y de allí a mi biblioteca, ubicándose como al descuido, sumándose a otro par de libros que guardo horizontales para saber que son “los que están en la vuelta”. Me da un poco de miedo. Y de fascinación. Tal vez porque allí se encuentre una parte esencial de mi biografía virtual. O el temor a la relectura, a la idealización de un libro o personaje. Hace poco leí que con las películas resulta casi imposible desprenderse de la impresión que nos causaron de acuerdo a la situación particular en que estábamos cuando la vimos por primera vez. Parece que ese primer contacto no se revierte
así nomás. Creo que con los libros es un poco distinto, aunque de todas formas hay que vencer un no sé qué para atreverse a una nueva lectura en serio.
Hay algo trivial que no deja de ser cierto:
-Los posts redactados y mostrados en el momento y contexto adecuados provocan acontecimientos positivos para el autor.