miércoles, julio 26, 2006

El hábito hace al monje


Yo no puse condiciones para ir a la panadería. Ponerse la campera, sólo eso. Así que ella me acompañó llevando puesta además la corona plateada. Fue salir de casa y cruzar la calle. Los sábados la panadería está muy concurrida. Entramos ella y yo, ¿qué van a llevar?; eran unas cuantas personas atendiendo clientes a esa hora. Dos litros de leche y una flauta. Al fondo fueron a buscar la leche. Una princesa, tres adolescentes recién llegadas esperan turno y se sonríen. La princesa no sonríe porque es cosa seria formar parte de la familia real y actuar en consecuencia. La madre sí, por irresponsable. Pago, recojo el paquete y nos vamos. Cruzamos la calle en sentido inverso.


En mi casa mi hija se saca la campera y se deja la corona. Me cuenta enojada que un compañero de clase la molesta, a ella y a su hermano. Cabeza hueca. Su hermano corre con la desventaja de la diferencia de edad, aun así le hace frente y se pegan piñas. Está decidida, voy a llevar la corona a la escuela. Si la corona va a la escuela no vuelve, o en todo caso no vuelve en las mismas condiciones en que salió de acá. Así me la pongo y él se cree que soy una princesa. Mantengo mi seriedad con esfuerzo. Al pensar que es una princesa, se va a querer casar conmigo. Ah bueno... entonces él te gusta... Ella sigue firme en su estrategia: cuando me diga que se quiere casar conmigo, yo le digo que no.

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lunes, julio 24, 2006

Unas cuantas hojas


"Extranjero, si al pasar me encuentras y deseas hablarme
¿por qué no lo harías?
¿Y por qué no habría yo de hablarte?"

Walt Whitman



Esa tarde me llevé una antología de bolsillo de Hojas de hierba.
El jueves 20 era la fecha que habían fijado para la entrega de resultados de un examen que dimos en facultad.
Yo no me sentía del todo bien, estaba un poco under the weather, nerviosa y con algo de desánimo.
Instintivamente, sin meditarlo, elegí a Walt Whitman como compañía para pasar el trance estudiantil, materializado el poeta en un libro gastado con unas cuantas marcas de papeles que en algún momento habían sido blancos.
Para mi sorpresa, cuando llegué al edificio me enteré que había una instancia de conversación individual con la profesora.
Fui la segunda persona en pasar.
El apoyo moral del libro dio sus frutos, me fue bien en el examen.

Ese mismo jueves resultó ser el "día del amigo". Yo nunca me acuerdo cuándo es el "día del amigo". Por suerte algunos amigos y amigas sí se acuerdan y eso me da la oportunidad de retribuirles el saludo y a su vez de saludar a otros. La celebración me tomó por sorpresa, más que otros años.

Era de noche cuando salí de facultad. Lo irónico del caso es que las sombras avanzaban y curiosamente mi estado de ánimo se blanqueaba, mejoraba.
Me torturé un poco con la prueba escrita (podía haberme ido mejor) aunque pensándolo bien, dadas las circunstancias, el balance era positivo.

Algunos amigos me llamaron por teléfono, hubo mensajes de texto en los teléfonos celulares, mensajes por correo electrónico y con unos poquísimos tuvimos la oportunidad de saludarnos personalmente.

Revisé las hojas de las Hojas de hierba. Me conmueve esa cosa fraternal que tiene Walt Whitman. Me acuerdo de estar leyéndolo con mi amiga S., en otra etapa de mi vida de estudiante. La edición que tenía ella era preciosa, un libro enorme con una frondosa ilustración en la portada.
Me gusta esa libertad que se respira leyendo esas páginas, la fruición en la palabra limpia, en el comentario directo.
Whitman publicó esta obra por su cuenta en 1855 y fue catalogada como escandalosa. Desde entonces siguió corrigiendo, aumentando y transformando ese discurso. Todo un acto de fe.
Repasé los pasajes señalados a lápiz y descubrí otros en los que no recordaba haber reparado antes.

Era noche cerrada cuando llegué a casa. A contrapelo, a mí ciertas ideas se me estaban aclarando.

"Los boteros y almejeros se despertaron temprano y me esperaron.
Metí mis pantalones dentro de las botas, fui con ellos y lo pasé muy bien.
Tendrías que haber estado con nosotros aquel día en torno a la caldera
con almejas y pescado."

Este hombre se complace en ese "panteísmo místico". Había logrado contagiarme esa simpatía desbordante que siente por los seres que comparten con él este planeta. La fraternidad, las alusiones a los poetas del porvenir, como dice, todos los átomos de su sangre. El amigo es el hermano.

El pasaje que habla de los boteros y almejeros me encanta. Me resulta muy elocuente. Puede aludir a una amistad en su etapa fundacional. No queda claro si compartieron un almuerzo, quizás haya sido sólo el mirar juntos lo que se recogió del mar, lo que el mar entregó. Y si uno tiene la dicha de poder decir "lo pasé muy bien" es lógico que piense en lo bueno que hubiera sido pasar ese momento con alguien querido.

Trabajó como periodista Whitman, incluso dirigió algunas publicaciones como el Daily Eagle de Brooklyn. Fue reconfortante saber que este buen señor, además de cantarle a los ríos, campos y ciudades, no se quedó en su casa mirándose la barba. De alguna forma puso en práctica lo que algunos veían como un espíritu generoso y solidario: al estallar la guerra de Secesión se desempeñó como enfermero en los hospitales de Washington.


"¿Alguien deseaba ver el alma?
Mira tu propia constitución, tu aspecto, las personas, las sustancias,
las bestias, los árboles, los fluyentes ríos, las rocas y la arena."

Giorgio Agamben habla de la amistad como una comunidad. La sensación de existir es deseable, así también será entonces para el amigo. Agrega que la sensación de existir es en sí misma dulce. Compartir sensaciones tiene que ver con la dulzura de existir. Con el amigo se tienen en común acciones y pensamientos. De alguna manera el amigo un otro sí, un alter ego.




Stranger, if you passing meet me and desire to speak to me, why should you not speak to me?
And why should I not speak to you?


The boatmen and clam-diggers arose early and stopt for me,
I tuck’d my trowser-ends in my boots and went and had a good time;
You should have been with us that day round the chowder-kettle.


Was somebody asking to see the soul?
See, your own shape and countenance, persons, substances, beasts, the trees,
the running rivers, the rocks and sands.


Giorgio Agamben - lanacion.com.ar/741397
Imagen: Claude Monet

viernes, julio 14, 2006

Cuestión de absolutos

Gustave Flaubert mantuvo una nutridísima correspondencia con Louise Colet. Eran amantes. Los encuentros cara a cara fueron muy esporádicos, definitivamente hubo entre ellos más cantidad de cartas que "intercambio de fluidos", como dijera Woody Allen.

Gustave le comenta a Louise, a propósito de un viaje que hizo por Oriente, su única noche con una prestigiosa prostituta (bien digo, prestigiosa prostituta) egipcia llamada Ruchiouk-Hânem. El episodio lo cita Mario Vargas Llosa en La orgía perpetua. Además de aludir a sus encantos más "convencionales", Gustave menciona también los piojos que tenía la africana, cosa que a Louise le parece horrible. Conviven en la prostituta dos perfumes, dos perfiles que no llegan nunca a mezclarse. Gustave defiende su posición frente a Louise: "Je veux qu'il y ait une amertume à tout, un éternel coup de sifflet au milieu de nos triomphes, et que la désolation même soit dans l'enthousiasme." (1) Hace referencia luego a otro episodio donde él captaba el perfume de los limoneros en relación al olor de los cadáveres del cementerio. "Ne sens-tu pas combien cette poésie est complète, et que c'est la grande synthèse? Tous les appétits de l'imagination et de la pensée y sont assouvis à la fois; elle ne laisse rien derrière elle." (2)
Baudelaire estaba en esta línea, y fue capaz de dedicar un poema a una carroña, toda una revolución en sus tiempos.

Estas ideas me rondan en la cabeza desde hace muchos años. Esa dualidad ambigua, que a veces no tiene nada de ambigua en su manifestación, es bien precisa. Lo que hace que todo lo bueno tenga por fuerza una parte de malo. Y a la inversa, lo malo una parte de bueno, por más ínfima que sea. Rescato esa aclaración de que no se mezclan los dos universos, cohabitan en un mismo ser u objeto. Operan en un combate silencioso y son desde el punto de vista químico como el agua y el aceite.

Me parece que aprendemos de todo esto a medida que pasan los años. En los comienzos de la adolescencia (quizás antes, no sé) era una desilusión encontrarle un "defecto" a ese amigo entrañable. Costaba horrores entender esa "falla". Pero aceptarlo así era aceptarlo en su dimensión humana, con sus fuerzas y flaquezas. Ojo, no estoy hablando de tolerancia. El que tolera es porque en el fondo aguanta algo que no termina de convencerle. Hablo de aceptar en forma abierta; de decir "sí" y no "bueno".

Pensando en todo esto me viene la imagen de un durazno. Una cáscara (piel) tan suave al tacto que a esta altura debe haber agotado todas las canteras de metáforas y comparaciones que hay por ahí. Eliminada la cáscara, la fruta es perfumada, nutritiva y sabrosa. Saboreada la fruta, aparece oscuro y duro el carozo. Los británicos, para referirse a frutas como el durazno, le dicen flesh (carne) a la pulpa y stone (piedra) al carozo. Me acuerdo que el verano pasado dejé secar y guardé algunos carozos de durazno en un cuenco que dejé en la cocina. No sé bien por qué lo hice, me parecía que tenían algo de bueno, de lindo, tal vez los niños pudieran hacer un collage con ellos o un sellito ecológico provisto de unos cuantos agujeros con tinta de remolacha. Quizás se deba a un impulso muy instintivo: de la semilla/carozo de la fruta nace luego la planta. En esas formas pequeñas y sólidas está condensada toda la información requerida para la reproducción, para formar un nuevo ser.

El Dr. Jekyll y Mr Hyde convivían en un mismo hombre al punto de conformar un "extraño caso". Según mi recuerdo, Stevenson hace una presentación medio estelar de Mr Hyde en su primera aparición. Después irá acentuando su lado tenebroso y bestial. De la novela retengo también la explicación que figura hacia el final, donde se explican los vericuetos del misterio. En esa larga exposición está la clave que hace a lo extraño del caso: Edward Hyde era absolutamente malo, no había en él ni una pizca de bondad.



(1) "Quiero que haya una amargura en todo, siempre un silbato en medio de nuestros triunfos, y que la desolación misma esté en el entusiasmo."

(2) "¿No sientes hasta qué punto esta poesía es completa y es la gran síntesis? Todos los apetitos de la imaginación y del pensamiento se ven colmados a la vez, no deja nada tras de sí."

jueves, julio 06, 2006

Invitación

Pasó un sábado, hace cuestión de algunas semanas. Una tarde tediosa, avanzada ya, tirados mirando televisión, qué vas a hacer en días así. Los niños en otra habitación. Viene mi hija vení acompañame. Y yo qué pasa. Me tranquiliza no haber escuchado ningún ¡crash! de caída de objetos. Presumo entonces que no hubo enfrentamiento bélico entre ella y su hermano. La ausencia de llantos o quejas confirma mi sospecha. Digo no, ella se va. Vuelve diez segundos después. Tiene un cierto nerviosismo, los ojos de ese color que tanto me gusta. Dale porfi vení. Está decidida a romper mi letargo, a lograr que me mueva sin tocarme. Lo logra. Caminamos juntas hasta la otra habitación donde estaba ella con su hermano, el sofá, la mesa de madera, las acuarelas en las paredes. El ventanal y mirá mamá está la luna en el living.

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domingo, julio 02, 2006

Redonda la pelota de ping pong

Volver a estudiar ha sido de lo mejor que me ha sucedido en el 2006. Soy una estudiante endémica, escolar en mis curiosidades, famélica en mi afán por saber más aunque no sepa bien adónde voy, flagrantemente irracional en mis pasiones con los autores.
En este momento estoy preparando un trabajo escrito para una de las materias que cursé en esta segunda etapa. Para conseguir algunos de los libros que necesito fui a la biblioteca de la universidad donde estudié. Me topé con una realidad muy distinta a la de los tiempos en que hice la carrera. Absolutamente distinta.
Hay un impactante centro de fotocopiado donde brindan además servicios de impresión. En mi época había una puertita donde un veterano casi igual a uno de los personajes de Astèrix en Hispania te despachaba el pedido. La alternativa eran los quiosquitos zonales, donde dos por tres las fotocopias salían cortadas, sin toner, o faltaba alguna hoja que tenía que estar más o menos por la mitad de lo que había que leer para la prueba.
Se puede consultar por Internet qué títulos hay en biblioteca. Y en la biblioteca hay varias computadoras a disposición de los estudiantes. Antes bajábamos después de clase y atomizábamos a las dos o tres funcionarias de biblioteca para que nos dijeran qué libros podíamos utilizar para hacer un trabajo sobre (escríbase aquí alguna vaguedad) y allí iban ellas con una paciencia inagotable a buscar qué podía servirnos. Dos amigos míos, compañeros de clase, bastante revoltosos ellos, se dedicaban a molestar a "las tragas" ejerciendo una veta de maldad: un profesor daba el nombre de un libro que parecía ser clave para esa materia y ellos bajaban raudos las escaleras a solicitar el ejemplar (único) a biblioteca, sólo per jodere...
Tenemos que parecernos al primer mundo, esa parece ser la consigna hoy. "Quiero ser..."
Cerca de la biblioteca y la librería armaron una especie de estar estudiantil. Alrededor de mesas rectangulares puede verse sentados a tipos jóvenes, de unos veinte y pocos años escribiendo en el teclado de sus notebooks, a razón de por lo menos dos notebooks por mesa. Otros andan por ahí con sus reproductores de mp3.
Entro al centro de fotocopiado, quiero sacar unas copias antes de devolver un libro que pedí prestado en biblioteca. Me siento una alienígena. Si tuviera que decirlo en francés diría también que estoy mal à l'aise. Está lleno de gente esperando –ya no haciendo cola o luchando codo a codo para ver quién es el más persuasivo– y de máquinas multifunción. Le pregunto a un chico que está al lado mío conversando con otros dos (parece atractivo) si hay que sacar número. Debe tener unos diez o doce años menos que yo. Me dice que sí y me hace un gesto señalando a su derecha. Su actitud me resulta xenófoba. Espero un montón (quizás no sean tantos minutos pero así los vivo yo). El despliegue tecnológico es grande pero inversamente proporcional a la cantidad de empleados haciendo uso de la tecnología. Veo de atrás a una mujer teñida de rubio platinado, parece más cercana a los treinta, quizás la barrera conmigo sea más blanda. Le hablo sonriendo, con cierta timidez, se da vuelta y tiene unas pestañas rimeladas en exceso, parecen patitas de insectos. Pero es amable conmigo, más que el tipo joven que a esta altura no tiene nada de atractivo.
Ya llega mi turno. Me encojo de hombros, me río sola, esta situación es absurda. Me empieza a importar cada vez menos cómo me vean o cómo siento yo que me ven. Me salen todos los prejuicios de adentro. Hago mi autocrítica. Pero si yo estudié acá... No, en realidad no estudié acá. De qué hablo si yo también tengo un notebook y un reproductor de mp3.
Decido sentarme en una silla. Los cuadernos y libros que cargo en el bolso empiezan a pesarme demasiado. Quiero mirar algo distinto, la mujer artrópodo y una música seca que se oye en un segundo plano me aburren. En este preciso momento me encuentro con un semejante cliché: una mesa de ping-pong. Qué mal me pega ver esa mesa en ese lugar, es algo impuesto, de mal gusto, asquerosamente artificial. Cierto, nunca fui buena jugando al ping-pong pero tampoco tengo nada en contra, es más, recuerdo que en la casa de afuera de unos amigos había una y en verano se armaban los tales partidos. Hay dos tipos jugando, moviendo mecánicamente la pelotita y las paletas. La fórmula está demasiado repetida. Falta agregar una reproducción del cuadro de La Gioconda, decir que madre hay una sola, o la frase de los velorios: "hoy estamos y mañana no estamos" y ahí sí que está completo. Acabo de buscar en el diccionario qué quiere decir la palabra cliché. Resulta que además de la acepción más conocida, la de lugar común, significa también "tira de película fotográfica revelada, con imágenes negativas". Sí, hay una imagen negativa acá. Peligrosamente me acerco al melodrama, a la telenovela: "tu mundo y el mío", ¡ja!
Llega mi turno. Ya tengo en mi poder las fotocopias que necesitaba. Camino unos metros y devuelvo el libro que tenía en préstamo. Dentro de cuarenta y cinco minutos entro a clase en otra universidad, un anexo de una facultad estatal. Estoy a tiempo de llegar en hora. La semana pasada estuve en otro local de la universidad estatal. Los tres edificios pintan tres historias de vida diferentes. Tal vez ese anexo donde funcionan algunos posgrados sea un poco el eslabón entre los estudios terciarios de las universidades privadas y la pública. Es allí donde me siento menos fuera de órbita. Seguramente forme parte al menos del mismo sistema solar. Hay una cantina decente con precios gasoleros donde sirven un delicioso "tortuguín" de jamón y queso; una mano generosa te lo entibia en el momento.
Sigo con la crítica y la autocrítica. Compruebo una vez más que, al margen de las vivencias y cotidianeidades de cada individuo, es imposible escapar, siempre adoptamos una pose. Algunos pretendemos ser (y nos declaramos) abiertos a los cambios. Aun así nos volvemos intolerantes con los otros.
Me siento bien por poder seguir usando el mismo talle de jeans que cuando tenía dieciocho años (no sé si es un mérito...). Los buzos tres talles más grandes no me van, no si forman parte de una actitud de vida. Hay algo de eso, de dar con el talle. Mientras pueda, quiero zafar de los clichés.