martes, noviembre 28, 2006

Vimos al ángel azul


Yo nací el mismo día que uno de sus mejores amigos, a quien él define como maestro. Él nació el mismo día de noviembre que uno de mis mejores amigos, a quien yo definiría como maestro. Me gusta pensar en eso, como en esas cosas lindas y locas del destino que no piden una explicación.

Lo descubrí tardíamente a Eduardo Darnauchans, al Darno. De nombre lo tenía, pero como buena jovencita prejuiciosa, di por sentado que era uno más de los tantos cantantes que estaban aflorando al final de la dictadura, de esos que sonaban entre sí más o menos igual. Hasta que una amiga me prestó un cassette, regrabado ya como por tercera vez, y de ahí salió otra regrabación para mí porque epa, este tipo no es uno más del montón, no, no, è un altra cosa!! Me conmovió profundamente. A partir de ahí ya quedó instalado en algún lugar de mí, al lado de otros y otras que también hacían y decían música.

"A mí me deprime." Ya perdí la cuenta de las veces que escuché esta frase cada vez que sale su nombre en una conversación cualquiera. Cierto, tiene canciones que son un bajón. Al escuchar eso finjo no haber oído nada, porque la alternativa es poner cara de superada y decir: "Chiquita, no entendiste nada de la película". Lo otro sería pedirle a esa gente que ya que los deprime, que conocen su discografía, que citen entonces al menos dos versos del Darno que les resulten deprimentes. Estoy segura que habría un silencio incómodo si planteo el desafío. Entonces opto por el silencio yo también, un silencio cómodo, porque para qué discutir sobre algo así. Martín me ofreció ayer una explicación plausible a esta reacción de ciertos individuos: el tipo canta baladas y la balada de por sí no es algo super alegre. Tenés razón Martín, eso incide.

Ese sábado 25 de noviembre, en la presentación de El ángel azul, último cd de Eduardo Darnauchans, yo tenía que estar. Estaba dispuesta a ir sola si era necesario. Augusto me acompañó, aunque no estaba muy convencido con la idea de ir. Al final fue de los que más aplaudió y gritó, y no solo eso, salió como un desaforado a comprar el disco que vendían en la entrada a la sala.

Es la gratitud que sentís por el artista que te dio algo, que te da algo. Qué es ese "algo" no sé. Más bien es un "mucho", más que un "algo". Trato de definirlo y me salen palabras cursis, de todas formas está claro a qué me refiero. Le debo a The Beatles, cuando en un cuaderno con espiral de hojas amarillas yo copiaba con esfuerzo y esmero la letra de Let it be; si hasta me enseñaron inglés. Freddy Mercury me llenaba de energía y me hacía vocalizar, otro que también me mandaba al diccionario bilingüe.

Al Darno le fue mal en los últimos tiempos, anda mal de salud. Debe andar por los cincuenta y algo y tiene un bastón. Cantó el sábado De Corrales a Tranqueras. Habló de su padre. Era médico su padre, evidentemente un idealista, un tipo que iba por los pueblitos pobres del norte curando gente, o haciendo lo que se podía. En determinado momento llegué a pensar que era de mi viejo que hablaba, por más que mi padre no es médico y por lo que sé nunca ha estado en Tranqueras. Es decir, hasta ahora nunca ha logrado no conmoverme.

Le habían dicho que no iba a poder volver a cantar. De hecho creo que estuvo un buen tiempo sin cantar. Él mismo se sorprendió y comentó emocionado que a pesar de ese pronóstico "hoy pude cantar y bailar". Yo les preguntaría a los que se deprimen si esto no es una apuesta a la vida.
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Me gustaría poner en el blog un fragmento de alguna canción de El ángel azul en mp3. Tengo el cd al lado mío en este momento. No sé cómo se hace esto. Si alguien sabe qué hay que hacer por favor explíqueme por mail a ludmilla1789@hotmail.com, desde ya agradecida por la colaboración a esta buena causa =)


Recital de Eduardo Darnauchans
Presentación del cd
Darnauchans 10 - El ángel azul
Sábado 25 de noviembre de 2006, 21:30 horas.
Sala Zitarrosa - Montevideo



P.D. Le pedí a mi hija que hiciera un dibujo del ángel azul. Eso solamente, sin ninguna información más. Le gustó la idea, lo dibujó en el momento. Es más bien una ángela, aunque está aquello de que los ángeles no tienen sexo. Este ángel usa pollera y tiene el pelo largo. Sólo los ojos, nariz y boca son verdes, el resto es todo azul. Al lado de él hay una casita azul, con puerta, ventana, chimenea y humito. Y una flor azul, casi tan grande como el ángel y la casita, todos ellos sobre pasto azul. En el cielo, en imprenta mayúscula: ELANGELAZUL. Después se le ocurrió dibujar en otra hoja al ángel rosado, acaso una compañía para el ángel azul. El planteo es similar, la diferencia es un corazón que tiene a la derecha el ángel rosado.


Ultimo momento:
Ahora sí, gracias a Warren y a Rapidshare, pueden escuchar la canción El ángel azul que da título al disco.
Aquí va el link: http://rapidshare.com/files/5338679/Angelazul.mp3.html
Y ya que estamos, como le puso Levrero a un libro suyo,
comparto con mis querídisimos parroquianos la letra de la canción.
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El ángel azul

Texto: W. Benavides
Música: E. Darnauchans

Amo a la heroína de un film que no vi.
Por oscuros cines la busco sin fin
como Lola Lola sobre el hombre gris.
Ángel o vampiro pesa sobre mí.

Amo a la heroína de un film que no vi.
Por las carreteras la busco febril.
Eres puro sueño o el ángel azul,
eres, como todos, de tierra común.

Amo a la heroína de un film que no vi.
Por oscuros cines la busco sin fin
Estrella que luces sólo para herir.

Ando con mis lentes, mi pardo gabán
por Montevideo, por su amargo mar.
Ando con mis libros, sin guitarra ya,
buscándote siempre hasta el más allá.

Amo a la heroína de un film que no vi...
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18 de marzo de 2007
El 7 de marzo de este año se nos fue Eduardo Darnauchans.
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Lo recordé en otro post dedicado a él en este blog:
La lluvia cayó; silencio y música.
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Te invito a que lo leas.
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Lo encontrás en este link:
http://urbanopezvolador.blogspot.com/2007/03/la-lluvia-sobre-el-silencio-y-la-msica.html

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jueves, noviembre 09, 2006

Un atajo inverosímil


Flora se rió y me dijo que lo que acababa de pasarme era bien mío, de esas cosas insólitas que me pasan sólo a mí. Yo me reí, sentí que tenía razón en lo que decía, aunque ella también es candidata a que le pasen cosas de este tipo en su vida cotidiana, tiene un anecdotario respetable en más de veinte años de amistad.

Hace un mes, Flora se quebró una pierna en un accidente de tránsito. Ya le sacaron el yeso pero todavía tiene para rato con la pierna en alto, apoyada en un almohadoncito, apoyado a su vez en una silla cualquiera. Está menos dolorida ahora, en sentido literal y figurado. Aun así es evidente que las horas le resultan larguísimas, se la pasa haciendo crucigramas, mirando tele y leyendo.
La visité un par de veces en el sanatorio los primeros días. El sábado decidí hacerle una visita a domicilio, a la casa de su madre en realidad, que es donde se está hospedando en este momento. Quemar unas horitas juntas mientras los hijos van a jugar al fútbol en una formidable tarde de sol.

Los nombres de las calles a las que tenía que llegar no me decían nada, pero tenía clara la zona: Buceo, y sabía más o menos por dónde bajarme del ómnibus sin temor a tener que caminar kilómetros.

Me bajé confiada entonces por el cementerio del Buceo. Fui a dar a la puerta del cementerio británico, que queda al lado del cementerio del Buceo. Fue como emerger de una nave espacial. Encontré a un hombre todo vestido de azul, con un cartelito blanco cerca de la solapa: Cementerio Británico. Le hice la pregunta de rigor: cómo llegar a ... Dijo no saber y me derivó con otro hombre también vestido de azul, más joven y con pinta de baqueano, de gran conocedor de esa región de la ciudad. El primer hombre estaba parado en la puerta, el segundo vino del cementerio, caminando unos metros por el césped hasta donde estaba yo. Claro que ubicaba esas calles a las que yo quería llegar. Lo mejor, lo más rápido y fácil era seguir derecho. Cómo era eso de seguir derecho, por dónde. Yo no terminaba de entender bien. Por acá –como si fuera obvio- dijo señalándome una extensión verde cuidadísima, harto prolija, que no era ni más ni menos que el propio cementerio. Ah... Bueno, no era el mejor atajo para una noche tormentosa pero a las cuatro de la tarde con cielo netamente celeste no encontré motivos para descartar la opción que me presentaban. Así que me metí, un poco dubitativa al principio, distendida segundos más tarde, en la casa de los difuntos. Me acordé que allí estaban enterrados muertos queridos, familiares de Augusto, quién sabe por cuál de los senderos. Fue un remanso, contiguo a una avenida bulliciosa donde circulan miles de vehículos. Había flores de colores y unas rosas gigantes color marfil. Caminé y llegué a una especie de templito, techado, con bancos como de iglesia. Lo esquivé, me daba cortedad pasar por allí abajo. Yo estaba allí con otros fines. Seguí un poco más -la paz era indescriptible- hasta que llegué a la salida por la otra calle; había atravesado la manzana. Recorrí la vereda hasta el cordón y crucé la calle. Me acerqué a una casa ubicada en una esquina donde había dos o tres adultos en el frente, con unas sillas de loneta como las que se llevan a la playa. Repetí los nombres de las calles a donde quería ir. Media cuadra para abajo. Flora me había explicado qué timbre tocar, son varias casas juntas y yo nunca había estado allí. La paz se mantenía. Media cuadra más abajo encontré el número de puerta que buscaba. Toqué timbre. Me abrió la madre de Flora. Pasando el portón, a la izquierda, había un mural de Diana cazadora. Evidentemente era una tarde de dioses.

Flora se rió cuando le conté de mi atajo. Me dijo que lo que acababa de pasarme era bien mío. Yo me reí con ganas. Tenía razón, aunque a ella también le pasan cosas inverosímiles en su vida cotidiana, tenemos un anecdotario respetable en más de veinte años de amistad.
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Imagen:
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