domingo, septiembre 17, 2006

Que alguien me sorprenda...


Había trabajado, estaba cansada y un poco aburrida. Era domingo, pasada ya la media tarde. Una serie policial, eso es lo que necesito. Algo que me haga pensar sin exigir demasiado a las neuronas. Acababa de ver dos buenas películas esa semana, de esas películas que no se ven todos los días y quería seguir manteniendo esa sensación de liviandad que deja el buen cine.

Apoltronada en un sillón, control remoto en mano, logré dar con un capítulo -que para mi fortuna recién estaba por comenzar- de una serie policial. Todo pintaba bien al principio hasta que pocos minutos después me invadió una sensación desagradable, como de hastío. Porque aquello era un déjà vu, más de lo mismo. Me sonaba a repetido, por más que eran otros actores, otra escenografía, otros detalles en los diálogos. Frustrada, me fui y me dediqué a hacer lo que no quería: tareas –desagradables también– propias de la tarde dominical. En esas idas y venidas dentro de casa se me fue prácticamente una hora. Tiempo de darle una merecida segunda oportunidad al televisor. Esta vez fue: sillón, tacita de té, y menos paciencia porque ya me habían arrebatado un caramelo después de habérmelo mostrado. Emboqué otra serie policial, desde el principio. Sobre ruedas... Detectives, subalternos, gente mala, gente buena, los ingredientes para una buena sopa. Y resultó ser el mismo plato. El mismo plato por enésima vez. Quedó demostrado que hay situaciones que se repiten siempre en todas las series policiales, sin importar quién sea el productor y cuál es la ciudad donde se desarrollan los acontecimientos.

Aquí van dos típicas, super típicas. La que vi en la primera serie, y la de la segunda. Debe haber otras que en este momento no puedo precisar, bastaría con volver a prender el televisor uno de estos días, darle al policial cinco minutos y ahí sale limpita la anécdota base, la fórmula que parece dar resultado. Ojo, algunas han trascendido el estatus de capitulito de policial y han motivado incluso largometrajes taquilleros.

1. Alguien toma por asalto un lugar, puede ser un vehículo. En este caso era un ómnibus, una especie de interdepartamental. Un enfermo psiquiátrico reduce a cuidadores y pasajeros. Qué peligro, puede matar a todas esas víctimas inocentes en cuestión de segundos... Un experto sabelotodo, especialmente entrenado para este tipo de situaciones de riesgo, contempla la escena desde un monitor y puede determinar cuál va a ser cada uno de los movimientos que va a hacer el maniático. Un integrante del FBI, policía federal o lo que sea lograr entrar al vehículo, decidido a resolver el problema. Pero algo se va de control, los hechos no se desarrollan de acuerdo a lo previsto y este personaje termina siendo –al menos momentáneamente- una víctima más. Forcejeos, nervios aquí y allá, hasta que sesudas artimañas y conductas calculadas y no tan calculadas lograr aliviar la tensión. Uff, ¡qué calor! "Échale limón", como dicen por ahí y listo el cóctel.

2. Regreso peligroso, podría llamarse así. Antiguo asesino vuelve a hacer de las suyas. Lo atraparon, cumplió su condena y ahora vuelve con sed de venganza. O no lo atraparon, logró escapar porque era muuuy inteligente, casi tanto como el detective en jefe. Pero casi, ojo. No puede llevársela de arriba de nuevo. Camina por la cuerda floja, juega con fuego. Es infaltable un diálogo irónico entre el detective y el asesino, donde se hablan como dos viejos amigos, con cancha, un peloteo entre cerebros que hablan un mismo idioma, sólo que uno optó por el mal y otro por el bien.
A veces se da otro componente en esta segunda fórmula de capítulo. El propio detective parece estar implicado en el caso, aunque esto suele ser parte de la estrategia del asesino inteligente: dejar indicios que lleven a pensar que la persona de quien se quiere vengar es culpable de un delito grave. Otro detective investiga al detective de siempre, y entonces surge un dilema: es mi amigo, pero a la vez tengo que cumplir con mi deber...
Bueno, finalmente triunfa el bien: el detective no era un asesino ni un cómplice y demuestra ser más inteligente –una milésima más en su coeficiente– que el verdadero asesino.

Los dos fiascos con las series policiales me dejaron la sensación de estar viendo desde hace años una especie de sinfín, una sola película con instancias cuadraditas predeterminadas, que es el sistema yanqui de entretenimiento.

El cine supo dar lugar a grandes títulos en la materia. Me cuesta creer que los argumentos se hayan agotado, tiene que haber una vuelta de tuerca.

Nunca fui gran lectora de novelas policiales. He leído varias, de autores más bien emblemáticos y me han gustado aunque no tanto como para hacerme fanática. Sin embargo, siempre me ha dado qué pensar que tipos como Juan Carlos Onetti o Mario Levrero sean defensores a ultranza del género, estoy convencida de que algo muy bueno debe tener que yo todavía no descubrí; es un pendiente que algún día resolveré.

Mi domingo no podía terminar así, no con la inexorable perspectiva de un lunes que iba a llegar en cuestión de horas.
Así que me dediqué a pensar en las dos buenas películas había visto unos días antes. Me concentré en esa sensación deliciosa de caminar ligera, flotando apenas por las baldosas de la ciudad.

viernes, septiembre 08, 2006

Butterfly Laughter


El otro día me topé por casualidad con un poema de Katherine Mansfield, Butterfly Laughter (Risa de mariposa).
Siempre la asocié con los relatos, ver un poema de ella me sorprendió.
A la sorpresa siguió el encanto:
es una anécdota preciosa hermosamente narrada y poetizada.
Me aventuré a hacer una rápida traducción al español.
Katherine merece más dedicación que la apresurada versión que presento.
Pero quiero que esto salga así, espontáneo; el escalpelo lo dejo para otro día.

En unos minutos salgo para el cine.
Voy a llevar mi prendedor de mariposa.
Las mariposas -pasajeras como todas las sensaciones– ocupan en los últimos tiempos un lugar privilegiado en mis días.

Un apunte de último momento
Le leí el poema a mi hija y le pedí que lo ilustrara.
Como ella quisiera, se entiende, sin condicionamientos de ningún tipo.
Ahí está la mariposa que levanta vuelo y se ríe con una risa verde, acompañada de flores, un sol, estrellas y gatos.

Butterfly Laughter

In the middle of our porridge plates
There was a blue butterfly painted
And each morning we tried who should reach the butterfly first.
Then the Grandmother said:
"Do not eat the poor butterfly."
That made us laugh.
Always she said it and always it started us laughing.
It seemed such a sweet little joke.
I was certain that one fine morning
The butterfly would fly out of our plates,
Laughing the teeniest laugh in the world,
And perch on the Grandmother's lap.

Katherine Mansfield (1888-1923)



Risa de mariposa

En el medio de nuestros platos de avena
Había pintada una mariposa azul
Y cada mañana veíamos quién llegaba primero
a la mariposa.
Entonces la Abuela dijo: "No se coman
a la pobre mariposa".
Eso nos hizo reír.
Siempre lo decía y siempre nos hacía empezar a reír.
Parecía una pequeña broma tan dulce.
Es cierto que una hermosa mañana
La mariposa salió volando de nuestros platos,
riendo la risa más chiquita del mundo
Y fue a posarse en el regazo de la Abuela.

viernes, septiembre 01, 2006

Instantánea de una deconstrucción


La verdad es que no sé bien cuándo se gestó en él la idea. Me acuerdo que una noche Pancho llevó al taller las fotos de las que nos había estado hablando. A todos nos resultaron sorprendentes, en una u otra forma. Eran fotos en blanco y negro de una vieja máquina de escribir, de eso que ahora es un artefacto en desuso y a la vez una curiosidad refinada.

Me acuerdo cuando era niña y con frecuencia, en las vacaciones, iba de visita al juzgado donde trabajaba mi madre, a veces sola, a veces con mi hermana. Los juzgados eran tierra de nadie, viejos edificios distendidos donde desfilaban toda clase de personajes, donde se organizaban asados para los cumpleaños, colectas para los que se casaban y se jugaba sin falta al amigo invisible. Yo llegaba y saludaba efusivamente a una amiga de mamá, compañera de trabajo, que siempre tenía un bolsillo o un bolso a mano desde donde salían caramelos o cajas de maní con chocolate. Pelirroja auténtica, mayor que mi madre, hablaba bajito y fumaba mucho, unos cigarrillos largos (creo). Lo segundo que hacía yo era aporrear sin tregua a alguna máquina de escribir. La única condición que me pedían era que le pusiera papel, no darle a las teclas sin tener nada en el rodillo.

Las fotos de Pancho eran buenas, y estaban buenas. Yo me sigo sorprendiendo cuando veo que se toma un detalle, un primerísimo primer plano de algo, y eso a la vez da idea de toma monumental, de gran plano abierto. Una de esas imágenes de detalle me hizo pensar en un concierto.

El concierto era yo aporreando las teclas, un concierto cacofónico. Porque también había máquina de escribir en casa, en las casas de mis abuelos, en las casas de los amigos de mis padres, y en el estudio, porque por cuestiones laborales las precisaban. Los martillazos a dedo dieron paso a un sonido menos hiriente: el de la máquina eléctrica. Por suerte este último invento no coincidió con la época de los apagones; hubiera sido frustrante. Algunos de nosotros llegamos a conocer una tercera etapa: la máquina de escribir electrónica. Tenía un pequeño monitor donde podías ejecutar algunas funciones y editar lo que ibas escribiendo antes de imprimirlo. Papá había comprado una, yo la llevé a casa de una especie de novio que tenía, para que me explicara cómo usarla.

Pancho se propuso hacer, como él mismo dice, una "deconstrucción". Y no cabe duda de que es "toda una aventura desarmar lo que nos viene dado, heredado". Ya no era lo que expulsaba la máquina de escribir, lo que salía para afuera, el asunto aquí era la introspección. O la exploración hacia adentro, si cabe el término.

Lo bueno fue ver que eso que había tenido sus primeras instancias de charla entre amigos tomó forma, se concretó y se hizo público hace pocos días. Pudimos ver las fotos ampliadas y expuestas en una sala para exposiciones, con algunos textos breves que acompañaban la muestra.
Estoy segura que muchos de nosotros no pudimos resistirnos a pensar que frente a esa enorme dosis de misterio imposible de descifrar, habíamos podido echar antes una mirada a la trastienda, a la elaboración de ese delicioso plato que Pancho acaba de servir en la mesa.



Fe de erratas – Fotografías de Francisco Landró
CMDF - Centro Municipal de Fotografía
San José 1360 – Tel. 1950 1219
L a V de 10:30 h a 19:00 h – S de 9:30 h a 14:30 h
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